¿Por qué Trump está obsesionado con la regla del 2% de la OTAN?

En la Cumbre de Praga de 2002, la Alianza Atlántica acordó que sería una buena idea que todos los aliados gastaran aproximadamente el 2% de su PIB nacional en sus capacidades de defensa

El presidente estadounidense, Donald Trump, durante una reunión con el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Jens Stoltenberg EFE
F.J. Calero

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Los ecos del «America First» atenazan ahora al principal garante de la seguridad occidental: la Alianza Atlántica (OTAN) . Entre los focos y la polémica sobre la tímida afluencia de simpatizantes a la toma de posesión del 45º presidente de EE.UU. en comparación con la de su predecesor, Barack Obama, Trump insistió en su anuncio de aislar del mundo a la superpotencia para priorizar sus esfuerzos en «hacer a Estados Unidos grande otra vez». A partir de entonces, el presidente de EE.UU. empezó a pedir a sus tradicionales socios europeos, especialmente a Alemania, que «pagaran las facturas» (una coletilla que ha repetido varias veces) de la Alianza Atlántica, epítome (a juicio de Trump) de la «histórica injusticia» del resto de Occidente con Washington: proteger al mundo a cambio de casi nada. La última polémica llegó ayer con el cruce de declaraciones entre el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el propio Trump ante el inicio de la cumbre en Bruselas. «Estados Unidos no tiene demasiados aliados y debería de apreciar los que tiene», afirmó el dirigente polaco. Como era de esperar, Trump no se amilanó y respondió vía Twitter y con su peculiar estilo: «Los países de la OTAN deben pagar más, los Estados Unidos deben pagar menos. ¡Muy injusto!».

En la Cumbre de Praga de 2002, la OTAN acordó que sería una buena idea que todos los aliados gastaran aproximadamente el 2% de su PIB nacional en sus capacidades de defensa. «¿Por qué 2%? No hay una razón en particular: sonaba bien, y no estaba demasiado lejos del gasto real aunque era más bajo que los gastos de la Guerra Fría», resume en un interesante hilo en Twitter la investigadora del think tank European Council on Foreign Relations (ECFR) Ulrike Esther Franke. Muchos en Bruselas ahora están preocupados de que la OTAN, la alianza que ha preservado la estabilidad mundial desde 1949, sea la próxima pieza maestra de Trump con la que intente resquebrajar el orden liberal post Segunda Guerra Mundial. «No sería menos que un desastre», ha reconocido en el último número de la revista «Time» el secretario general de la OTAN entre 2009 y 2014, Anders Fogh Rasmussen.

[Leer: Nuevos datos OTAN: Ocho países cumplirán con el 2% este año (España, 0,93%)]

Entre otros cometidos, la OTAN se concibió para proteger y defender los territorios europeos y poblaciones ante un eventual ataque, según el Artículo 5 del Tratado de Washington. Entre 1985 y 1989, los aliados europeos de la Alianza gastaron de media un 3,1 por ciento del PIB en defensa, según recuerda la consultora estratégica estadounidense . Con la caída del Muro de Berlín en 1989, los países de Europa occidental ya no sintieron una amenaza inminente de los países del Pacto de Varsovia reduciendo el gasto hasta el 2.5 por ciento en 1990-1994, al 2 por ciento en 1995-1999 y 1,9 por ciento en 2000-2004. «Cinco años más tarde, el promedio volvió a caer, hasta el 1,7 por ciento, hasta el suelo de 1,4 de 2015», continúa el documento.

En esta línea, salió de la Cumbre de Gales de 2014 el conocido como Plan de Acción de Preparación, que pretendía adaptar la Alianza a las amenazas características del siglo XXI, «articulando una respuesta flexible y proporcional para aumentar el grado de preparación y capacitación de la OTAN que muchos entendieron como un mensaje a Rusia», escribe el Coronel de Infantería de Marina Francisco J. Ayuela Azcárate en la revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) . En el texto oficial de la Cumbre, los aliados acordaron que los países miembros que no habían alcanzado el 2% debían avanzar hacia este porcentaje de cara a 2024.

«La preocupación que tengo es que [el 2 por ciento] se haya convertido en solo una medida fácil de entender que represente las ventajas y desventajas de la cooperación de EE.UU. con el mundo. Y nunca fue planteado de esa manera», dice a «The Washington Post» Douglas Lute, general retirado del Ejército de tres estrellas y embajador de Estados Unidos en la OTAN con Obama. Al obligar a los europeos a aumentar su inversión, considera el analista Nicolas Gros-Verheyde en el portal especializado Bruxelles 2 , los conduce a comprar «estadounidense» en el mayor mercado de Defensa del mundo.

La llegada de Trump y la desconfianza que ha generado entre sus socios europeos llevó incluso a la canciller alemana Angela Merkel a afirmar que «los tiempos en los que podemos contar con los demás han terminado» y que los europeos deben «tomar su destino en sus manos». La líder alemana se había entrevistado en una cumbre de la OTAN y del G7 con el presidente de Estados Unidos quien le exigió «pagar las facturas» de la Alianza. Para Trump «la OTAN es injusta económicamente para Estados Unidos porque ayuda sobre todo al resto de países miembros mientras que EE.UU. paga una parte desproporcionada».

En consonancia con su narrativa «America First», Trump arremetió contra las contribuciones de los aliados de la OTAN durante un discurso el 25 de junio en Carolina del Sur al afirmar falsamente que Estados Unidos era responsable del 90% de los gastos, cuando no pasa del 22 por ciento del presupuesto , seguido de Alemania (14,65 por ciento), Francia (10,63 por ciento) y Gran Bretaña (9,84 por ciento). Sin embargo, hasta trece aliados pagan menos del uno por ciento, en su mayoría pequeños países comunistas que se unieron a la Alianza tras el colapso de la Unión Soviética y la desintegración de Yugoslavia.

Aquella Cumbre de Gales marcó el camino de la flamante Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) al fijar en el 2% del PIB en gasto en Defensa, que hasta ese momento no se había estipulado de forma oficial. Además, marcó el objetivo de emplear el 20% del presupuesto de Defensa en la investigación y el desarrollo de equipamiento, como luego establecería la propia Unión Europea en los criterios de convergencia para los Estados miembros que se quieran integrar en la PESCO.

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