«Todos quieren tocar las piedras de Notre Dame»

Tras el trágico incendio, la catedral se ha convertido en un lugar de peregrinación para gentes de los cinco continentes

Policias de servicio ante la entrada principal de Notre Dame J. P. Quiñonero

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Tras el histórico y trágico incendio, Notre Dame se ha convertido en un lugar de peregrinación para decenas de millares de turistas, peregrinos, católicos y creyentes de otras religiones, hombres y mujeres de cinco continentes que desean. «Todos quieren ver y tocar las piedras», aseguran en la entrada de una catedral mítica que ya había entrado en la leyenda antes de la tragedia.

Contener y guiar a esa marea humana requiere medidas de seguridad excepcionales. Gendarmes y policías están en la primera línea de ese «frente» y conocen mejor que nadie a quienes desean llegar lo más cerca posible de la catedral.

Policias de servicio, ante la entrada principal de Notre Dame, Fabien X. y André C. no desean ser retratados de frente. Pero aceptan ser «inmortalizados» ante la catedral. André es nieto de españoles y vive estos días con cierta emoción: «Mis abuelos nacieron en Salou, en Tarragona. Tuvieron que emigrar y se instalaron en el sur oeste. Allí nací yo. Hoy, ante Notre Dame, constato que hay mucho turista español . Se encuentran entre los más numerosos. Aceptan con una sonrisa las imposiciones de la seguridad, que nosotros debemos hacer respetar».

Fusil de asalto al hombro, Fabien se educó en una escuela pública de provincias, en el seno de una familia modesta, y recuerda su primera visita a París: «Vinimos, con mis padres. Fue mi madre la que impuso la visita a Notre Dame. Salí impresionado. Ahora me toca este servicio, que es muy emocionante».

Tragedia universal

En la esquina del quai/muelle de Montebello, XX no desea ser identificado. Rumano de nacimiento, pide limosna entre la multitud, con cierta emoción: «También yo soy sensible a la tragedia de todos. Los turistas no siempre me ven. Pero siempre hay alguna mujer de mi edad y se detiene. Su limosna moral me ayuda tanto como sus monedas».

La gente inmortaliza Notre Dame J. P. Quiñonero

Ingrid Bachman es alemana, viuda, y nunca había visitado París: «Vivo en Colonia, donde tenemos una gran catedral, que también forma parte de nuestra cultura y nuestra vida de cada día. Quiero mucho a mi ciudad y mi patria. Pero Notre Dame tenía y tiene algo que es patrimonio de todos los europeos, seamos o no seamos católicos».

No todo es gloria y buenos sentimientos. El puente de Saint-Michel quizá sea una de las perspectivas privilegiadas. Riadas de turistas se suceden para inmortalizar la vista de Notre Dame. A sus pies se amontona la basura que nadie recoge, cuando todo el barrio está en obras y se ha convertido en un hormiguero de turistas de cinco continentes. En la rue Saint-Jacques, por donde pasaba el legendario camino de Santiago, un grupo de turistas malayos han abandonado el proyecto de «entrar» en Notre Dame. Y se fotografían entre ellos, riendo como locos ante el espectáculo que los rodea.

Intentando escapar a la «trampa» de una multitud que va y viene por los muelles del Sena, dos monjas hablan entre ellas mirando al cielo y haciéndose cruces. Un gendarme negro las protege cuando están a punto de toparse con varios jóvenes que circulan con trotinetas/patinetas.

Cuando comienza a caer la tarde del martes, gendarmes y policías extreman las medidas de seguridad. El tráfico está bloqueado en muchas esquinas. Algunas parejas de enamorados intentan perderse por los muelles, pero los gendarmes han cerrado todos los accesos. Entre los turistas más jóvenes los hay que toman posiciones. Esperan la caída de la noche y las primeras luces. Comienzan a repicar las campanas de todas las catedrales de Francia. El recuerdo de Notre Dame también es un mensaje de esperanza. Amén.

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