Syriza certifica el fin de su quimera revolucionaria
La coalición cierra filas en torno a Tsipras en un congreso marcado por el desencanto
La coalición radical Syriza cerró ayer en Atenas un congreso nacional marcado por el desencanto y las contradicciones de su acción de Gobierno. Ni la lealtad sin fisuras que sus correligionarios brindaron al primer ministro, Alexis Tsipras, ni la elección del nuevo presidente del partido y de su Comité Central sirvieron para disipar la sensación de que los ideales revolucionarios que auparon a los izquierdistas al poder son ya poco más que sueños rotos por la dura realidad a la que obliga administrar un país arruinado.
Como quedó patente en algunas de las intervenciones de una cita que se abrió el jueves pasado, en Syriza son conscientes de que, pese a que prometieron terminar con los recortes y la austeridad, el Ejecutivo que lideran no ha hecho otra cosa que aplicar los sacrificos impuestos por la denostada Angela Merkel y la legión de acreedores de los griegos. Uno de los más críticos fue el diputado del Pireo Costas Duzinas, que reclamó un mayor debate interno y alertó del peligro «de una gobernabilidad que no tiene rasgos ni de la izquierda ni socialistas».
En muchos de los discursos pronunciados después del de Tsipras del pasado jueves se plasmó la preocupación por la situación que atraviesa el país y, sobre todo, una formación que ha caído en los sondeos, en los que aparece relegada a la segunda posición en intención de voto. Sin embargo, pese al aparente divorcio con los electores y el diagnóstico general de que Syriza pierde fuelle, fueron pocas las críticas al primer ministro y a su política que se escucharon. La claudicación de Tsipras ante las instituciones internacionales en el verano de 2015, tras la victoria del no en referéndum sobre el tercer rescate al país, ya provocó la escisión de la Unión Popular del ex ministro Panayotis Lafazanis y de los seguidores de la antigua presidenta del parlamento, Zoi Konstandopulu, lo que redujo la oposición interna al primer ministro.
Con todo, todavía hay quien reclama la vuelta a unas esencias hoy enterradas bajo el peso de la realidad y de las obligaciones financieras. Theanó Fotíu, viceministra de Educación, ejerció de portavoz de las bases y recordó que «no debemos olvidar ni un momento a las grandes masas que se movilizaron hundidas en la crisis, para llevarnos al poder». Fotíu revivió la vieja retórica cuando pidió un «pueblo motivado» y un «partido movilizado».
«No al neoliberalismo»
El contrapunto lo puso el ministro de Finanzas, Euclides Tsakalotos , miembro del temido grupo de los 53+, de enorme peso en el Comité Central. Tsakalotos trató de restaurar el orgullo perdido pasando de puntillas por los incesantes recortes y reivindicando que «hicimos política de izquierdas en la educación y en la salud para el beneficio de la sociedad». El sucesor del polémico Varufakis en la cartera más complicada se permitió incluso proclamar que «no sabemos qué pasará con la crisis, pero no volveremos al neoliberalismo». El titular de Economía, Yorgos Stathakis, también cerró filas con el jefe del Ejecutivo y justificó sus muchas renuncias. «Agotamos todas las posibilidades para logar un acuerdo viable con muchos elementos diferentes al anterior», dijo, en alusión al plan de rescate en vigor.
A Tsipras no le fallan sus fieles. Los que se alejan son los votantes. Las críticas a su gestión en los medios y en la calle son cada vez mayores, y las encuestas colocan como fuerza más votada a Nueva Democracia , el partido de centro-derecha que precedió a Syriza. Muchos anhelan ya su regreso como una vuelta a la cordura, pero no faltan quienes recuerdan que fueron ellos quienes falsearon las cuentas públicas y empezaron toda esta pesadilla.
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