«Los soldados birmanos arrojaron a mi bebé al fuego y me violaron»
Las refugiadas rohingyas denuncian violaciones y atrocidades en los ataques del Ejército birmano a sus poblados
En cada choza de los campos de refugiados rohingyas, que han huido a Bangladés por los ataques del Ejército birmano contra esta etnia musulmana, anida una tragedia: la de gente que ha perdido lo poco que tenía en la vida, que para ellos lo era todo. Pero en algunas, como en la de Razuma Begum , mora un horror inhumano .
«De la nada aparecieron cientos de soldados disparando mientras un helicóptero sobrevolaba nuestras cabezas y la gente huía aterrorizada», relata esta joven de Tula Tuli, al norte de Myanmar (nombre oficial de la antigua Birmania). Con solo 20 años, estaba casada con otro muchacho del pueblo que hacía chapuzas como albañil y en lo que le saliera, Mohammad Rafiq, de 25, y tenía un hijo de catorce meses, Sadek, que intentó proteger apretándolo contra su cuerpo. Pero no pudo. «Después de fusilar a los hombres, los soldados quemaron las casas y uno de ellos me quitó al bebé y lo arrojó al fuego. Luego me metieron en una choza y me violaron mientras me decían que Birmania no era mi tierra» , cuenta rompiendo a llorar sin poder contener su dolor.
«No tengo palabras para decir cuánto daño me hicieron. Me violaron diez soldados mientras me pegaban, tanto que al cabo de un rato ya no sentí nada», recuerda secándose las lágrimas con el hiyab que le cubre la cabeza. Cuando terminaron, quemaron la choza con ella dentro, que estaba inconsciente . «Solo me despertó el olor del fuego, pero no podía moverme y tuve que arrastrarme para salir», desgrana Razuma, quien se ocultó toda la noche en una colina cercana.
Al día siguiente, cuando recobró las fuerzas y el valor para bajar a la carretera, se encontró con un grupo de rohingyas (pronúnciese rojingas) que huían camino de Bangladés tras haber sido expulsados de su pueblo. «Caminamos cuatro días hasta la frontera, donde me llevaron a un hospital desde el que pude llamar a mi marido, que también había escapado con vida», se congratula la joven. Menos suerte tuvieron once miembros de su familia, incluidos sus padres, a los que Razuma llora desconsolada porque «no podré verlos más» .
Denuncia
A pesar de haber quedado traumatizada, la joven quiere hablar para que se conozca la verdad sobre este ataque, que fue uno de los más duros contra los poblados rohingyas y tuvo lugar justo tras la fiesta musulmana del cordero (Eid al-Adha), a principios de septiembre. «No tengo miedo a decir lo que me ha pasado porque quiero que la comunidad internacional sepa que muchas mujeres han sido violadas por el Ejército birmano» , asegura con rabia.
A su lado, su hermano, Mohammed Yusuf, se lamenta porque «la miseria que atravesamos no se puede explicar. Lo hemos perdido todo. No tenemos casa, ni familia, ni dinero». Sabe bien de lo que habla. «Los soldados mataron a mi esposa y a mis dos hijos» , cuenta este maestro en la madrasa local (escuela coránica) que va ataviado con una túnica blanca y tocado por un «kufi» del mismo color.
Como la mayoría de los refugiados, ni Razuma ni Mohammed saben por qué les atacaron las tropas birmanas. Demostrando el aislamiento que sufren los rohingyas, que viven como parias en Birmania, desconocen que dichas operaciones fueron la represalia contra la ofensiva lanzada por una guerrilla islámica el 25 de agosto. Ese día, el Ejército Rohingya de Salvación de Arakán mató a once personas al atacar una base militar y una treintena de puestos de control, desatando una venganza que ha causado el éxodo de más de 600.000 refugiados .
Dentro de los asaltos de las tropas birmanas a los poblados rohingyas, calificados de limpieza étnica por la ONU y EE.UU., Human Rights Watch (HRW) ha denunciado las violaciones de mujeres y niñas tras haber entrevistado a 52 personas, entre ellas 29 víctimas, de 19 pueblos del estado de Rakhine (pronúnciese Rajáin). Por su parte, la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) ha encontrado 75 casos de violación y 250 de mujeres heridas. « Muchas vienen traumatizadas porque nos cuentan que el nivel de violencia ha sido muy alto, con muertos, heridos, violaciones, quema de casas y abandono de sus vidas» , explica la zaragozana María Simón, coordinadora de emergencias de MSF en Cox´s Bazar.
Junto a las mujeres, los más vulnerables son los niños, que corretean en masa por los campos. Quien no puede hacerlo es Zuhra Begum, una niña de doce años herida de bala en la pierna derecha. También del pueblo de Tula Tuli, ella y su hermano Khairul Amin, de 10 años, son los únicos supervivientes de los 16 miembros de su familia.
«Cuando los militares llegaron disparando y quemando las casas, todos huimos a la playa para escondernos. Pero los soldados nos encontraron y tirotearon a todo el grupo, en el que había cientos de personas», asegura la niña, que recibió un balazo entre el glúteo y la cadera. Salvada por los vecinos de otro pueblo, también asaltado, se encontró con un primo lejano, Osman Gani, en el éxodo de miles de personas hacia la frontera con Bangladés, a tres días a pie y sin apenas comida .
«Lloraba y se quejaba del dolor porque le quemaba por dentro, pero solo podíamos echarle agua salada en la herida», recuerda Osman, quien la llevó a un hospital de Cox´s Bazar tras cruzar la frontera con Bangladés. Allí le extrajeron la bala y pasó 16 días ingresada. Cuando le dieron el alta, no pudo regresar a su casa, sino a nueva vida sin infancia en un campo de refugiados.
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