Samuel Paty y los 'húsares de la república'
Francia está en deuda con los profesores de sus institutos
A Samuel Paty lo asesinaron el 16 de octubre en la puerta de su colegio de Conflins-Saint-Honorine, al norte de París, en un suburbio de pequeñas casitas alejadas del ajetreo de la ciudad del Sena. Como el preludio de una tragedia que se aproxima con ruido de cascos, una campaña de desprestigio, capitaneada por el padre de una alumna , había incendiado las redes sociales las semanas previas a su muerte, sumiendo sus últimos días en el miedo y la desesperación.
A principios del siglo XX, el escritor Charles Péguy dijo que los maestros franceses eran los húsares de la República. Por el color de su atuendo, los llamaba los húsares negros. Con ecos de gloria en las guerras de Napoleón, los soldados de esas unidades, a los que se creía altaneros y osados, vestían trajes de una gran elegancia, con sable y entorchados sobre la casaca, y lucían altos chacós, que conferían a su aspecto la ferocidad luego demostraban en el campo de batalla, de Bailén a Borodinó.
Para Péguy, los profesores constituían una tropa de élite. Como si fuera un trasunto anticipado del existencialismo de Sartre, la Tercera República (1870-1940) había decidido que los franceses no nacían, sino que llegaban a serlo, y que lo hacían a través de la educación. De manera sucesiva, las llamadas leyes Jules Ferry, bautizadas así por el ministro de la Instrucción pública, habían establecido que la escuela debía ser nacional, obligatoria, gratuita y laica, y que su misión era formar ciudadanos.
Paty, que participó en esa labor con un entusiasmo que le costó la vida, era un húsar negro. Por eso, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, le rindió homenaje en el patio de la Universidad de la Sorbona, honrando su tarea de «hacer republicanos». Por eso también, en la plaza aledaña, donde se retransmitió el discurso entre fuertes medidas de seguridad, no resultaba extraño contemplar las lágrimas de los asistentes, cuando no contener las propias.
No hay ninguna originalidad en decir que París es una ciudad preciosa, cinematográfica, donde los edificios se vuelven dorados con la luz del atarceder. Sí hay dolor al afirmar que parece presa de una sucesión de hechos violentos sin fin.
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