Reivindicar la libertad ante Lenin

Esa victoria no implicó la invasión de la URSS por EE.UU. Lo que supuso fue la victoria de la libertad sobre el totalitarismo

Ramón Pérez-Maura

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En este caos que asola Occidente en donde la democracia liberal se ve cada día más amenazada desde todos los frentes, en los últimos meses han sido muchos los que han conmemorado el cincuentenario de mayo de 1968 como si fuesen unos días que nos habían facilitado a todos un asentamiento de nuestras libertades. Comprendo que aquel año ha tenido una influencia decisiva en todo el mundo y no sólo por lo ocurrido en París. En Estados Unidos fue un tiempo de enormes convulsiones, desde la ofensiva del Tet en Vietnam, el asesinato de Martin Luther King y el de Bob Kennedy o –curiosa coincidencia, ignorada por todos entonces- el año en que se graduaron tres futuros presidentes de los Estados Unidos: Bill Clinton en Georgetown, George W, Bush en Yale y Donald Trump en la Universidad de Pennsylvania. El que todos salieran de la Universidad en ese mismo año tuvo una evidente relevancia en el devenir futuro de Estados Unidos.

Pero esta misma semana se ha ignorado otro aniversario infinitamente más positivo para todo Occidente y a contracorriente de los tiempos que corren: el 31 de mayo de 1988 Ronald Reagan pronunciaba en la Universidad de Moscú, ante un inmenso busto de Lenin, un discurso demoledor para el comunismo y que debería ser estudiado en las escuelas de todo el mundo como paradigma de la defensa de la Libertad. Como ha recordado estos días Roger Kimball, (« When Reagan Met Lenin », WSJ, 30-05-2018) las cuatro cumbres que hubo entre Reagan y Gorbachov tenían como teórico objetivo el control de la proliferación armamentística. Pero Reagan siempre buscaba algo más importante: la libertad. Para él la Guerra Fría que libraban la URSS y Estados Unidos se reducía a una dicotomía: « O ganan ellos, o ganamos nosotros ». Para Reagan mostrar debilidad era (y yo creo que todavía es) una invitación al conflicto, aunque también sabía que la victoria en la Guerra Fría no debía ser en el campo de batalla sino en el terreno de las ideas. Reagan empleó la fuerza del rearme de sus ejércitos para derrotar al comunismo cuya ruina económica no podía competir con la riqueza que generaba el libre mercado. Pero al final, lo que esa victoria implicó no fue la invasión de la Unión Soviética por Estados Unidos. Lo que supuso fue la victoria del principio de la libertad sobre el totalitarismo.

En aquel discurso en Moscú Reagan ya anticipó que estábamos ante una verdadera revolución en beneficio de la sociedad. Una revolución que no era la que promovió Lenin, sino la que nos traía el nuevo flujo de información. Porque la « revolución de la información » ya estaba transformando el mundo, pero el progreso no era algo imparable. Había que trabajárselo. Y la forma de hacerlo dijo Reagan que era mediante «la libertad: libertad de pensamiento, libertad de información y libertad de comunicación ». Y eso lo decía un presidente que sostenía que «la democracia no es tanto un sistema de Gobierno como un forma de poner límites al Gobierno e impedir su intromisión: un sistema de fijar límites al poder para hacer que la política y el Gobierno fueran secundarios frente a las cosas importantes de la vida, los verdaderos valores que se encuentran sólo en la familia y en la fe».

Y claro, frente a discursos como este son muchos los que prefieren seguir hablando de la playa que no había debajo de los adoquines.

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