La región de los Grandes Lagos africanos se agita
Mientras continúa la violencia en Burundi, el presidente de Ruanda celebra un referéndum para perpetuarse en el poder
Cuando, a comienzos de abril de 2014, un cable diplomático desde la misión de las Naciones Unidas en Burundi denunciaba cómo una gran cantidad de armas e uniformes estaban siendo distribuidos a los Imbonerakure -el beligerante ala joven del partido gubernamental- de cara a las elecciones presidenciales , la comunidad internacional decidió mirar hacia otro lado.
Entonces, se advertía de que este grupo se comportaba como una «milicia más allá de la policía, el Ejército y el poder judicial». De igual modo se describía los Imbonerakure como «una de las principales amenazas para la paz en Burundi y para la credibilidad de las elecciones».
El cable fue criticado de forma extensa por el Gobierno. Sin embargo, un año y medio después, las heridas de éste son más que visibles. Durante el pasado fin de semana, en una de las jornadas más sangrientas de la historia reciente del país, al menos 79 personas perdían la vida en una operación contr a presuntos opositores en la capital, Buyumbura .
La represión fue atroz. Primero, las fuerzas policiales iniciaron una redada en el barrio de Nyakabiga. Posteriormente, éste fue tomada por la unidad API (fuerzas especiales) para ser rematada por miembros del Ejército.
Tres terribles oleadas que, según la ONU, acercan a pasos agigantados a Burundi a una guerra civil.
«Con los últimos eventos sangrientos del pasado fin de semana, el país parece que ha dado un nuevo paso hacia una indiscutible guerra civil dado que las tensiones están ahora en su punto álgido en Bujumbura», denunció Cécile Pouilly, portavoz del alto comisionado.
Ya a comienzos de noviembre, el jefe de asuntos políticos de las Naciones Unidas, Jeffrey Feltman , advertía que «Burundi se encuentra en una profunda crisis política y una rápida escalada de violencia que tiene graves consecuencias para la estabilidad y la armonía étnica».
Desde mediados de año, al menos 210.000 personas han abandonado el país (en un Estado de poco más de 10 millones de habitantes). El actual conflicto se remonta a abril, tras la decisión del presidente, Pierre Nkurunziza , de presentarse a un nuevo mandato, a pesar de haber cumplido ya dos los periodos de cinco años que marcaba la Constitución. Un golpe en la mesa que amenaza la estabilidad regional después de doce años de guerra civil.
«El país parece estar al borde de una violencia que podría derivar en crímenes atroces», advierte el asesor especial de la ONU para la prevención del genocidio, Adama Dieng, quien pide actuar «antes de que sea demasiado tarde».
El conflicto se agilizaba en noviembre, después de que, Révérien Ndikuriyo, presidente del Senado burundés, exigiera a los jefes de distrito identificar «casa por casa» a aquellos «elementos que no estuvieran en orden». Como señala la organización International Crisis Group, el lenguaje es «escalofriantemente similar» al utilizado en Ruanda en la década de los 90 antes del genocidio.
Entonces, el presidente de Ruanda, Paul Kagame, vertía sonoras críticas a la ola de violencia encabezada por el Ejecutivo. «La gente está siendo asesinados todos los días, los cuerpos se encuentran en las calles. Los líderes están gastando tiempo matando a la gente», aseguraba.
El poder eterno de Ruanda
Curiosamente, Kagame es parte activa de otra crisis a la que se asoma la región de los Grandes Lagos.
Este viernes Ruanda vota en referéndum una reforma que permitirá a su presidente continuar en el poder . Conforme a la Carta Magna, el número máximo de legislaturas presidenciales en el país africano se encontraba limitado a solo dos . Por ello, Kagame, elegido en 2003 y en 2010, debería abandonar la jefatura del Estado al término del presente mandato.
No obstante, la modificación del artículo 101 de la Constitución, refrendada con el apoyo de 79 diputados —de los 80 que conforman el Parlamento—, concede a Kagame la posibilidad de extender su poder más allá de 2017 .
La medida, a falta de ser apoyada en referéndum popular (aunque nadie dude que esto se produzca), ya cuenta con las críticas de la comunidad internacional.
«El presidente Kagame tiene la oportunidad de ser un ejemplo para una región en la que los líderes parecen demasiado tentados a verse como indispensable para las trayectorias de sus propios países», aseguraba recientemente la embajadora estadonidense ante la ONU, Samantha Power.
De igual modo, la representante estadounidense confía en que el mandatario «continúe con los compromisos que ha hecho muchas veces en el pasado para que la próxima generación de líderes dé un paso al frente».