Ramón Pérez-Maura - HORIZONTE
Diez meses después
Cuando países con historiales de violaciones de los derechos humanos flagrantes intervienen en Estados vecinos, prima el silencio
Gustaba decir mi admirado marqués de Iria flavia, vulgo Camilo José Cela, que el que resiste gana. Habrá que reconocer que el que Juan Guaidó haya logrado sobrevivir en Venezuela desde que la Asamblea Nacional lo proclamó presidente encargado el pasado 23 de enero es un ejemplo de resistencia por antonomasia. Guaidó consiguió un número muy relevante de reconocimientos internacionales. Países que apostaban por algo nunca antes visto.
Porque en la historia hay muchos ejemplos de naciones soberanas que reconocen un Gobierno en el exilio y no al que realmente está establecido. Sin ir más lejos, el «Gobierno» de la Segunda República Española, finiquitada en 1939, siguió siendo reconocido como el único y legítimo Gobierno de España por México hasta 40 años después. Pero, antes del caso de Guaidó, nunca habíamos visto que países relevantes reconociesen como legítimo un Gobierno o un presidente que no ha llegado a ejercer el poder en ningún momento. Y ya han pasado casi diez meses desde su proclamación.
Pero todavía esta semana conseguía un nuevo reconocimiento, el de la presidenta transitoria boliviana Jeanine Áñez. No es un reconocimiento de especial valor, porque la propia situación de Áñez es de notable debilidad, pero es muy significativo porque el gesto de la mandataria boliviana demuestra, una vez más, desde dónde se generan buena parte de los problemas de la región. Y eso que ella ha logrado el reconocimiento de Rusia, país de relevante protagonismo en todas estas convulsiones.
La capacidad de la dictadura de Maduro de resistir el acoso de las democracias del hemisferio americano y de otras partes del planeta está resultando en otro problema grave. Con la complicidad de Cuba están promoviendo la inestabilidad por el continente. Hemos visto múltiples ejemplos en las últimas semanas, como es el caso en Chile o en Perú. Pero lo más interesante es el papel jugado en las elecciones presidenciales bolivianas, donde han desempeñado en la sombra el mismo papel que ejerció Cuba en el recuento electoral de Venezuela en 2013 en las primeras elecciones a las que concurrió –y robó– Maduro.
La doble moral que sigue primando en la política internacional permite interferencias como las que la Venezuela de Maduro está perpetrando en otras partes del continente. Imaginen que un Gobierno conservador como el brasileño de Jair Bolsonaro intentase hacer algo parecido. Las condenas en la ONU serían inmediatas. El clamor en los medios políticamente correctos sería ensordecedor. Las denuncias de fascismo correrían por todas las televisiones al rojo vivo. Pero cuando países con historiales de violaciones de los derechos humanos flagrantes se dedican a intervenir en Estados vecinos, prima el silencio.
Nicolás Maduro ha conseguido recuperar el protagonismo de Venezuela allende sus fronteras. Por eso eran tan relevantes las manifestaciones convocadas ayer en Caracas por Guaidó y el propio Maduro. A nadie puede sorprender la envidia que genera en los demócratas venezolanos la derrota que han infligido a Maduro en Bolivia. Tras catorce años de populismo indigenista, la farsa no se sostuvo más. Veamos ahora si los demócratas venezolanos son capaces de copiar a sus hermanos bolivianos. Es la hora de que Guaidó demuestre que, efectivamente, el que resiste, gana.
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