Racismo, la lacra que pervive en «la tierra de los libres»

Medio siglo después de la lucha de Luther King, la brecha entre negros y blancos sigue abierta en Estados Unidos

Rosa Parks desafío a la sociedad racista del sur de EE.UU. al no ceder su asiento en un autobús en 1955 ABC

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«I can’t breathe». «No puedo respirar». Es un grito que se ha repetido en las calles de Estados Unidos en las últimas dos semanas. Fue la súplica de George Floyd , un hombre negro, al policía Derek Chauvin , que le apretó con la rodilla contra el cuello durante casi nueve minutos, con la víctima esposada, tumbada contra el suelo y sujeta por otros dos agentes. En Mineápolis , a plena luz del día. El vídeo que grabó la escena conmovió a EE.UU. El paso de los minutos mientras Floyd se asfixia, con los viandantes rogando al agente que lo suelten, la imagen de la víctima desvanecida sin que el policía deje de apretar, componen un retrato de impunidad policial en los abusos hacia la minoría negra.

Pero «No puedo respirar» fue un grito en las protestas contra la discriminación racial de la policía antes de que muriera Floyd. Salió varias veces de la boca de Eric Garner , otro hombre negro, ahogado por un policía en Staten Island, en Nueva York, tras ser detenido por vender cigarrillos en la calle.

Los de Garner y Floyd son algunos de los nombres que se repiten como una letanía en las manifestaciones de estos días. Como los de Trayvon Martin , Michael Brown , Tamir Rice , Philando Castile , Amadou Diallo … Son negros desarmados que mueren en encuentros con la policía. Son tragedias de las últimas dos décadas. Causan escándalo, levantan manifestaciones y protestas, producen promesas de reforma que se diluyen hasta la próxima tragedia.

Eric Garner murió a manos de la Policía en Staten Island (Nueva York) en 2014 ABC

Con cada ciclo, emerge la discriminación en el tratamiento policial a la minoría negra que, a su vez, es para algunos solo la pieza más llamativa del puzle del racismo estructural de EE.UU.

La muerte de Floyd ha vuelto a destapar esa brecha y recupera una pregunta existencial a la que en EE.UU. se responde, casi siempre, mirando a otro lado: por qué en la democracia más longeva del mundo, en «the land of the free» –la tierra de los libres que recuerda su himno nacional–, pervive con obstinación la desigualdad racial.

«Va a ser necesario que este país se siente y tenga una conversación honesta sobre su pasado, sobre quién debe rendir cuentas y sobre cómo ir hacia delante», aseguraba a este periódico Gifted , uno de los miles de manifestantes que marchaban por las calles de Brooklyn. «Es una conversación profunda y que va a ser incómoda».

Lucha inacabada

«Nunca podremos estar satisfechos mientras los negros sean víctimas de horrores inexplicables por la brutalidad policial». Es una frase que podría servir para reaccionar ante la muerte de Floyd. Pero es de 1963. Forma parte de «I have a dream» –«Tengo un sueño»– el célebre discurso de Martin Luther King , el gran líder del movimiento de los derechos civiles en los 60.

Su vigencia más de medio siglo después muestra que el racismo no acabó con la consecución de derechos civiles y la igualdad legal. «Mucha gente aprendió lo que es el racismo con el movimiento de los derechos civiles de aquella época», explica por teléfono Carlton Waterhouse , profesor de Derecho de Howard University, una de las universidades negras históricas. «Si se define el racismo por las actuaciones de Bull Connor [el comisario de seguridad pública de Alabama que fue uno de los opositores acérrimos a la igualdad legal) o el Ku Klux Klan, es un concepto muy limitado».

«Creímos que el viaje se había acabado en 1968», se escuchaba a otro manifestante, en un discurso improvisado, en otra protesta en Brooklyn, en referencia al año en que se aprobó el segundo gran paquete de leyes de derechos civiles para la igualdad racial. «Y aquí seguimos».

Para el profesor Waterhouse, que ultima un libro sobre el papel del Tribunal Supremo, el problema es que «el racismo estructural nunca ha formado parte del discurso general sobre políticas en EE.UU. Las leyes sobre derechos civiles se diseñaron para enfrentar comportamientos individuales que se consideraban inapropiados». Desde impedir que un negro bebiera en la misma fuente que un blanco a poder manifestarse. «Pero eso no acababa la cuestión completa de la población afroamericana. No trataba el abuso policial, la discriminación inmobiliaria, la desigualdad educativa o la situación laboral, que han permanecido como una norma social. La discriminación racial y la supremacía blanca se convirtieron en la forma en la que EE.UU. existe».

Martin Luther King, en el Lincoln Memorial tras la Marcha a Washington de 1963 AFP

«No es verdad que no haya habido progresos desde la década de 1960», asegura desde Harlem Frank Guridy , historiador de la Universidad de Columbia. «Pero conseguir la libertad ha sido una lucha constante para la población afroamericana. El movimiento de los derechos civiles consiguió cambios radicales, pero fue una revolución que no se terminó».

Esa lucha inacabada tiene más de cuatro siglos. En 1619 llegó a las costas de Virginia el «White Lion», el primer barco con esclavos, robados a una flota portuguesa que iba camino de Veracruz. La cuestión racial dividió al país desde la redacción de su Constitución en 1787, lo llevó a una guerra civil, provocó matanzas y linchamientos masivos a comienzos del siglo XX y lo agitó en la década de 1960 para conseguir la ansiada equiparación legal.

Para buena parte del país, en especial la que no vive de cerca la experiencia de ser negro en EE.UU., tanto republicanos como demócratas, el racismo acabó con las conquistas de King. Que los negros sufran mayor índice de pobreza, que les cueste más conseguir un crédito del banco, que tarden más en encontrar un apartamento en un barrio donde no son mayoría, que sus colegios estén peor financiados, que estén sobrerrepresentados en las cárceles, que tengan peor acceso a la sanidad, que la mortalidad infantil sea mucho mayor o que el coronavirus se haya cebado con ellos mucho más que con los blancos es un problema socioeconómico que no tiene que ver con la raza.

Imagen del vídeo en el que se ve a un agonizante George Floyd bajo la rodilla del agente Derek Chauvin en Mineápolis AFP

«Los abusos de la Policía prueban que el racismo es independiente del nivel socioeconómico», defiende Waterhouse. «No saben el dinero que tienes. Te matan porque te ven como una amenaza. O te denuncian», añade en referencia a un episodio reciente, en el que una mujer blanca llamó a la Policía asegurando que un hombre negro la atacaba en Central Park, en Nueva York. El hombre, un aficionado a la observación de pájaros de clase media-alta que grabó todo en vídeo, solo le había dicho que no estaba permitido tener a su perro suelto. El documento arrojó luz sobre la predisposición a denunciar a los negros por verlos como una amenaza.

«Momento sin precedentes»

«La gente está cansada», dice Guridy sobre la brecha que EE.UU. es incapaz de cerrar y sobre el volumen de protestas –desconocidas desde la década de 1960– tras la muerte de Floyd. «Es un momento sin precedentes. La cuestión es ver si esa energía se concretará en cambios significativos».

«EE.UU. necesita un proceso de reconciliación, que mire también a la cuestión de las reparaciones. No se necesita solo reforma policial, es necesaria una reforma social, arrancar de raíz las desigualdades», defiende Waterhouse. Para ello, debe «aprender» qué es racismo. En las protestas de estos días, muchos jóvenes blancos aseguran que quieren escuchar, aprender. Es una enseñanza vieja de James Baldwin, el escritor y activista negro: «No todo lo que se enfrenta se puede cambiar; pero nada se puede cambiar hasta que se enfrenta».

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