Las presidenciales de Uganda se agitan entre violentas protestas y represión a opositores

El mandatario Yoweri Museveni busca perpetuarse en el poder más allá de las tres décadas mientras su rival Kizza Besigye es detenido

Seguidores del presidente de Uganda, Yoweri Museveni, acuden a su último acto de campaña REUTERS

EDUARDO S. MOLANO

A Kizza Besigye los fantasmas del pasado se le suelen aparecer con asiduidad. En mayo de 2011, después de sufrir un intento de asesinato, este líder opositor ugandés denunciaba en ABC las miserias del régimen presidencial de Yoweri Museveni, en el poder desde 1986, amenazado entonces por sonoras protestas que exigían un cambio político. Para Besigye, en aquellos días, «el cinismo de Occidente respecto a los dictadores africanos» era evidente . Sobre todo, por las plenas simpatías de la comunidad internacional con respecto a Museveni, a pesar de sus violaciones de los derechos humanos.

Casi cinco años después de estas palabras, poco o nada ha cambiado en el país africano. Este jueves, Uganda celebra elecciones presidenciales en busca de otorgar continuidad a Museveni más allá de las tres décadas. Mientras, de forma paralela, Besigye era detenido nuevamente por las fuerzas armadas ugandesa durante una manifestación el lunes en la capital, Kampala (horas después sería liberado). La versión oficial es que el grupo encabezado por el líder opositor se desvió de su ruta establecida e interrumpió el devenir de los negocios locales. Aunque más parece un aviso a navegantes, después de que incluso se produjera la muerte de una persona en las protestas .

Porque esta vez sí parecía que Besigye, quien lidera el Foro por el Cambio Democrático (FDC), contaba con serias opciones políticas. En los anteriores comicios, en 2011, Museveni se había impuesto con el 68% de los votos, por el 26% de su rival. Aunque la experiencia es un grado: el mandatario es uno de los mayores «dinosaurios» continentales y desde 1986 se encuentra al mando de la nave ugandesa.

Es más, en los últimos tiempos se recrudece el debate sobre si el presidente cederá el poder en su hijo Kainerugaba Muhoozi cuando termine su próximo mandato. O, incluso, en su mujer, Janet Museveni, actual ministra para la región de Karamoja.

Hacia la saga política

La paranoia del régimen es evidente. En 2013, el Gobierno amenazaba con sancionar a los medios de comunicación que dieran cobertura a una presunta conspiración para garantizar la sucesión del presidente en uno de sus hijos, después de que finalice su actual mandato.

Entonces, el diario local Daily Monitor se hacía eco de una carta del general David Sejusa «Tinyefuza», histórico aliado de Museveni y coordinador de los servicios de Inteligencia, donde exigía abrir una investigación sobre los crecientes rumores de una trama «para asesinar a las personas que no están de acuerdo con este supuesto proyecto de la familia para mantenerse en el poder a perpetuidad».

De igual modo, el militar reconocía que, tanto él, como el primer ministro, Amama Mbabazi, y el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Aronda Nyakairima, se habían convertido en «objetivos» de este complot .

«En la historia del continente, hemos tenido otros líderes que decidieron perpetuarse en el poder y todos ellos fueron depuestos», aseguraba el líder opositor Kizza Besigye en este diario en 2011. «Este movimiento revolucionario tiene que partir del propio individuo, no de los partidos políticos o las esferas de poder . No en vano, la brutalidad practicada por el Gobierno para contener las últimas protestas, demuestra el temor de Museveni a que esta ola de cambio tengan éxito», añadía. Cinco años después, en plena semana de elecciones, las palabras de Besigye parecen más vivas que nunca.

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