Piñera suspende la subida del precio del metro en Chile tras las protestas
El Ejército ordenó el «toque de queda» y tomó el control de las calles con tanquetas y un enorme despliegue de efectivos militares
El «oasis de América Latina», como se refirió días atrás Sebastián Piñera a Chile , por su ausencia de cimbronazos, se convirtió en una película de guerra en un visto y no visto. El fuego de la ira lamió de norte a sur un país habitualmente pacífico. El detonante de esa olla a presión, que reventó el fin de semana en la ciudad de Santiago y salpicó a buena parte del país, fue una subida del billete de metro en las horas punta (pasó de 1,13 dólares a 1,17). Imágenes de autobuses en llamas, sucursales bancarias, supermercados, estaciones de metro arrasadas, hogueras, pillaje y saqueos en masa, hicieron recordar aquellos días de caos durante el terremoto de marzo del 2010.
Piñera, como todo el Gobierno y la oposición, no esperaba ver lo que vio y el sábado (de madrugada en España) decretó el Estado de Emergencia (el último en hacerlo fue Augusto Pinochet en 1987). El Ejército ordenó el «toque de queda» y tomó el control de las calles con tanquetas y un enorme despliegue de efectivos militares. La violencia, los destrozos y las llamas, se habían propagado de la capital a Concepción, con escala en Valparaíso y buena parte del país. La población no puede moverse de sus casas de diez de la noche a siete de la mañana ni organizar reuniones. Sólo un salvoconducto les permite salir a esas horas.
En simultáneo al anuncio, el presidente dio marcha a tras con el aumento de tarifas y convocó una comisión o mesa de diálogo, «amplia y transversal», para analizar y buscar una solución provocada, según sus palabras, por «el aumento de la gasolina y el petróleo». Piñera dijo haber «escuchado con humildad» la «voz de la gente» porque «así se construye la democracia» pero advirtió, «nadie tiene derecho a actuar con la brutal violencia delictual de los que han destruido, incendiado o dañado más 78 estaciones del Metro de Santiago».
El presidente de Chile reaccionó más rápido que Lenin Moreno en Ecuador (lo de Pedro Sánchez en Cataluña es capítulo aparte) pero el cese de la violencia no fue inmediato. Las revueltas se saldaron con más de trescientos detenidos, centenar y medio largo de policías heridos y una docena de civiles atendidos en centros hospitalarios. Los daños materiales se estiman en más de doscientos millones de dólares (el metro tardará meses en funcionar a pleno rendimiento). Los otros, son incalculables.
Entender qué pasó en Chile para pasar de la calma al terremoto, sin previo aviso, significa rascar el fondo de esa olla a presión y atravesar las capas de descontento general e insatisfacción. La juventud acumula frustración, la educación pública es un espejismo, la gente vive agobiada por los bancos (once de los 19 millones de chilenos tiene deudas según la Fundación Sol), la universidad cuesta una fortuna e hipoteca el futuro de los estudiantes y el peculiar sistema de pensiones provoca la caída en picado del poder adquisitivo. El milagro chileno ahora no es tal para el 70 por ciento que gana menos de 770 dólares al mes . Todo junto y el comienzo del destape de la corrupción que se ocultó bajo la alfombra de décadas (Carabineros y FF AA) puede servir para entender por qué Chile a partir de ahora, es otro país.
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