La penúltima caída de «El Chapo» Guzmán
Relato de la captura el narcotraficante más buscado del mundo
Eran las siete de la tarde del pasado 20 de octubre cuando el piloto del helicóptero vio a El Chapo en un camino forestal de Pueblo Nuevo . El tirador confirmó la identidad desde su mira telescópica y solicitaron permiso por radio para abatir al fugitivo. Hubo un breve instante de silencio en la radio, e incluso el zumbido de las aspas de la aeronave pareció ralentizarse, mientras el dedo del francotirador aplicaba un poco más de presión en el gatillo. Hubo un ruido de estática y una negativa. Querían a El Chapo vivo y humillado . Dispararle por la espalda, con el riesgo de herir a las dos mujeres y una niña que le acompañaban, era impensable. No es el tipo de miramientos que alguien como El Chapo tendría. Él es el hombre que envió a cincuenta sicarios con rifles de asalto y placas de policía federal a una discoteca de Puerto Vallarta para vengarse de un atentado, 1.200 balas, cien por cada una de las que había recibido su Chevy Cutlass en el costado. O quizás fue el miedo de herir a esa familia por la que Joaquín Guzmán Loera siente devoción absoluta. No hay nada más importante que la familia para El Chapo, por eso él se ha procurado una bien grande, de cuatro esposas y diez hijos.
El piloto del helicóptero pidió reconfirmación y el tirador no aflojó el gatillo. Pero la voz al otro lado del transmisor fue tajante. Les ordenaron aterrizar y apresarlo, pero era demasiado tarde. El Chapo escapó por una cañada enrevesada.
Una vez más, el hombre más buscado y peligroso del mundo se escurría entre los resbaladizos –de unto e incompetencia– dedos de los Federales.
La derrota del Gobierno
Era un compromiso ambulante, la viva imagen de la derrota del Gobierno de Peña Nieto. Mientras «El Chapo» Guzmán estuviese en libertad, mientras la leyenda del narco inconquistable campase a sus anchas por Sinaloa, no había descanso posible.
Se había fugado del penal de máxima seguridad del Altiplano el pasado 11 de julio, delante de las mismísimas narices de los guardias, por un túnel para el que habían removido 3.250 toneladas de tierra, un pasadizo iluminado, reforzado, con ventilación y electricidad. Su fuga clamorosa había obligado a Peña Nieto a poner hasta el último recurso de su administración disponible al servicio de la captura del criminal.
El Chapo vuelve a prisión, la misma cárcel del Altiplano de la que escapó, a cuyos guardias humilló, cuya tierra socavó hasta límites inimaginables. Es una apuesta arriesgada por la tenacidad y la firmeza –quién sabe si por la contumacia– en un país como el mexicano, que acumula 100.000 muertos por el tráfico de drogas, pero que a pesar de ello no está dispuesto a rendirse. Aunque el infinito y venenoso dinero del narcotráfico haya empapado todas y cada una de las instituciones, desde las azoteas a los sótanos, desde el pasillo alfombrado hasta el terruño, la gente se revuelve y pide la paz y la erradicación del narco, del cual El Chapo es el máximo exponente, la cara visible.
Egos y pathos se juntan en Joaquín Guzman Loera. El niño que escapó al cruel destino de la azada que corresponde a los campesinos de Sinaloa para convertirse en el cerebro del terror, la gélida voluntad del sociópata egocéntrico capaz de imaginar imposibles fugas hollywoodienses y volverlas realidad con un carretón de narcodólares y una ristra de amenazas de muerte.
«El Chapo» Guzmán escapó de una bala que llevaba su nombre el 20 de octubre en la cañada de Pueblo Nuevo, pero no pudo escapar de sí mismo. Para El Chapo el mundo es la vez voluntad y representación, y por eso fue dejando decenas de rastros desde su huída. Ahora que los cuerpos de Élite de la Marina mexicana lideran las operaciones contra él, ahora que el miedo a la delación ha pasado de cerval a terrible, ahora que su figura es demasiado grande para poder existir más allá del ámbito de leyenda entre rejas o bajo tierra, El Chapo se ve a sí mismo, dialoga consigo mismo en la habitación, sentado en la silla de enfrente. Y decide hacer una película sobre su vida , para lo cual habla con directores, productores, actrices. El muro de dinero y de miedo le promete inmunidad total, pero el muro miente sobre su grosor. Hay pequeñas filtraciones, miradas de soslayo. Aparece un constructor especializado en túneles que está acondicionando propiedades en Sinaloa y también en Sonora. Se monta un operativo alrededor de una casa, cerca de un desagüe pluvial municipal, el cual también se vigila. Un mes de entradas y salidas, de escuchas y vigilancia, mientras la ratonera se va estrechando, el dedo sobre el gatillo se va apretando. La orden final no llega por radio, sino por un WhatsApp que el propio Peña Nieto le manda al jefe del operativo, un escueto « Dale ». Los efectivos de la Marina se lanzan sobre la casa, y El Chapo huye por el desagüe pluvial, como habían previsto.
Orden por whatsapp
Veintitrés minutos después del whatsapp del presidente y mes y medio después de haber estado a punto de recibir un balazo en la nuca en la cañada de Pueblo Nuevo, «El Chapo» Guzmán, el hombre más buscado del planeta, es atrapado en la carretera de Los Mochis, dicen que a costa de cinco muertos y varios heridos. Los detalles están por confirmar al cierre de esta edición, pero la imagen de los ojos vacíos de El Chapo a su llegada al aeropuerto Benito Juárez no deja lugar a dudas. Volverán a encerrarle, sin duda, pero esta es solo la penúltima vez que atrapan a « El Chapo» Guzmán .