Pedro Rodríguez - De lejos

Todo mal

Trump no puede evadir su responsabilidad en el auge del nacionalismo blanco

Pedro Rodríguez

Durante buena parte de la historia política de Estados Unidos, el presidente ha sido una figura más bien secundaria. De acuerdo con el diseño constitucional de 1787, obsesionado con evitar la concentración y abuso de poder, la institución central en aquella nueva república era el Congreso. No el Ejecutivo con demasiadas papeletas, a juicio de los padres fundadores, para degenerar en tiranía. Y durante la mayor parte del siglo XIX, la era presidencial que se conoce como Clerk in Chief, los ocupantes de la Casa Blanca asumieron esa irrelevancia basada en muy poca iniciativa y poder independiente.

A través de figuras como Theodore Roosevelt o Woodrow Wilson, los presidentes al concebir su puesto como un espléndido púlpito empezaron a dejar de ser meros encargados de cumplir los designios del Legislativo. Con la llegada a la Casa Blanca de Franklin Delano Roosevelt -entre la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial- la institución presidencial de transformaría para siempre. Hasta llegar al Washington de hoy en día: un sistema político, pese a toda su tradición de controles y equilibrios, obsesionado con el ocupante del despacho oval.

Desde su narcisista campaña de 2016, Donald Trump ha venido aprovechando esa relevancia para inspirar los peores instintos de Estados Unidos. Y ha transformado su presidencia en una provocación constante, con una política centrada en magnificar los resentimientos y divisiones latentes en la sociedad americana. Hasta el punto de hacer tolerable parte de la mierda que más o menos este país había logrado contener durante los últimos cincuenta años.

Al hablar de «invasión de nuestro país», «animales» indocumentados y que sin un muro América dejará de ser América, el presidente no puede evadir su directa responsabilidad en el auge del racismo, fanatismo y nacionalismo blanco que sufre EE.UU. «¿Cómo detienes a esta gente? No puedes», se lamentaba Trump en uno de sus delirantes mítines celebrado en Florida el pasado mayo. Alguien en la multitud gritó una idea: «Disparando». La audiencia de miles de personas vitoreó y Trump sonrió.

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