Pedro Rodríguez - DE LEJOS

Reagan, marcianos y la ONU

El Consejo de Seguridad deja de funcionar ante la peor crisis en los 75 años de historia de Naciones Unidas

Reunión del Consejo de Seguridad de la ONU el pasado mes de febrero AFP

Pedro Rodríguez

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De todos los ocupantes de la Casa Blanca, uno de los más optimistas con diferencia ha sido Ronald Reagan. Para ilustrar su convicción en que lo mejor estaba por llegar, el «Gipper» contaba la historia del chaval muy travieso al que sus padres intentaron disciplinar dejándole bajo el árbol de Navidad una caja envuelta con primor pero llena de estiércol. A la hora de abrir los regalos, el muchacho loco de contento se puso a rebuscar pensando que si había estiércol por algún lado Santa Claus le habría dejado un pony.

Desde las profundidades de la Guerra Fría, Reagan incluso pensaba que toda la hostilidad entre las naciones se esfumaría si nuestro planeta fuera invadido por alienígenas. Aunque a la vista de la invasión perpetrada por el coronavirus, el problema parece ser que Reagan era demasiado optimista. Como argumenta Gideon Rachmna, el gran analista internacional del «Financial Times», la guerra recalentada entre EE.UU. y China prosigue a pesar del bichito.

En lugar de unidad, la pandemia está fomentando todavía más la competencia entre Washington y Beijing. China intenta convertir la crisis en una oportunidad, mientras que el coronavirus se ensaña con las debilidades de EE.UU. Y de todos los frentes abiertos (geopolítico, comercial, tecnológico) uno de los campos de batalla más vergonzosos sería el Consejo de Seguridad de la ONU, presidido durante el mes de marzo por China.

Han tenido que pasar tres meses, casi 90.000 muertos y contagios en más de 180 países de los 193 miembros de la ONU, para que el Consejo de Seguridad tuviera a bien la semana pasada reunirse a puerta cerrada para hablar del Covid-19. Este pesimista desempeño refleja hasta qué punto Naciones Unidas está cayendo en la irrelevancia a la hora de resolver disputas y fomentar la cooperación ante una crisis en la que esa organización debería resultar decisiva. Ante la falta incluso de un mínimo de diplomacia cara a cara, la sede neoyorquina de la ONU se parece demasiado en estos críticos momentos a un pueblo fantasma.

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