Pedro Rodríguez - De lejos

Más y mucho Trump

El presidente de EE. UU. abre la batalla por la reelección con una campaña que realmente nunca ha cesado

Pedro Rodríguez

El nuevo Trump, el que aspira a otros cuatro años en la Casa Blanca , se parece mucho al viejo Trump. Y así lo ha demostrado al abrir su batalla por la reelección con una mega-mitin en la inevitable Florida. Dentro de los rituales que jalonan el premeditado y largo camino para sentarse en el despacho oval, es lo que se conoce como un kickoff rally de anuncio de candidatura. Aunque en el caso de Trump el factor sorpresa no existe.

En sus 881 días como presidente ha celebrado docenas de estos baños de masas (afines, por supuesto); ha sumado más donaciones que nadie para la campaña del 2020; no ha dejado de hacer encuestas (con resultados poco esperanzadores); y ha utilizado Twitter para descalificar de forma preventiva a sus más destacados rivales demócratas.

A diferencia de sus predecesores, Trump no ha optado por esperar hasta la recta final de su primer mandato para dejar saber sus ambiciones. Si en el 2016 estaba claro que no le interesaba ganar, esta vez se le nota mucho que necesita una victoria. No tanto como revalida de su gestión sino más bien como un respiro para alejarse de su cada vez más complicado horizonte judicial.

Otros presidentes han querido ser « presidenciales » el mayor tiempo posible y por eso han evitado hasta el último momento descender al politiqueo que implica el proceso de primarias. En este sentido, Trump sigue rompiendo moldes al aplicar una estrategia, descrita por el Wall Street Journal, como de campaña perpetua. Una campaña que realmente nunca acabó con las elecciones de 2016 y que va bastante más allá de la campaña permanente anticipada en los ochenta por Sidney Blumenthal.

A diferencia de Bush y Obama , a Trump le gusta muy poco gobernar y mucho cortejar al electorado y venderse a sí mismo, aunque sea a través de constantes provocaciones. Trump, que tiene muy claro que «los índices de audiencia son poder», es un perfecto ejemplo del síndrome Michael Jackson: personajes que solo tienen sentido sobre un escenario.

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