DE LEJOS
Un casino en el Despacho Oval
El presidente Trump juega con sus perspectivas electorales y la salud de Estados Unidos
A finales de los ochenta -en el proceso de transformar su apellido en una rentable marca comercial con ayuda de su virtuosismo a la hora del autobombo- Donald Trump lo tuvo claro. Y de la especulación inmobiliaria decidió saltar a la industria del juego siempre más apalancado que Arquímedes y con sucesivas bancarrotas como parte de su plan de negocios. De sus fulleras inversiones en Las Vegas y Atlantic City no queda nada salvo una distintiva mentalidad de tahúr que apuesta con engaños y trampas.
A ocho meses de unas elecciones que desesperadamente quiere ganar, Trump ha vuelto a exhibir su ludópata carencia de escrúpulos ante el reto del Covid-19. En esta coyuntura tan peligrosa, y con una curva de contagios en Estados Unidos que anuncia catástrofe, la posición de la Casa Blanca va más allá de la negligencia para situarse en lo criminal. De negar, minimizar o mentir sobre la pandemia, el presidente ahora se dedica a defender la vuelta cuanto antes (12 de abril en su interesado calendario) la vuelta a la normalidad.
La normalidad para Trump significa acabar con la cuarentena y el confinamiento, reactivar a marchas forzadas la paralizada economía americana y generar un porcentaje suficiente de popularidad como ganar un segundo mandato. En este dilema tan inmoral, el presidente juega con sus perspectivas electorales y la salud de Estados Unidos. En contra del consejo de todos los expertos en Washington, y la amenaza más que evidente para los grupos de riesgo, Trump se está colocando a la cabeza de los más insolidarios que se niegan a quedarse en casa ni un día más.
Con el Despacho Oval convertido en un casino, en el que siempre gana el resentimiento politizado, la América del nacional-populismo contrasta más que nunca con el resto de las democracias liberales. Gobierno tras gobierno están pidiendo a sus ciudadanos un acto de solidaridad social y económica sin precedentes fuera de tiempos de guerra. En las antípodas de la irresponsabilidad, el tahúr de la Casa Blanca prefiere la ruleta rusa.