Pedro Rodríguez - DE LEJOS

Aprovechar una buena epidemia

Toda clase de líderes utilizan la actual crisis para debilitar todavía más la democracia

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, este lunes en el Parlamento Efe

Pedro Rodríguez

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Demasiada gente lleva demasiado tiempo con el tantarantán de que la democracia liberal no funciona. Hasta la forma en que el régimen de China ha convertido su autoritarismo en la mejor medicina contra el coronavirus forma ya parte del casposo repertorio que cuestiona la libertad, la dignidad de las personas y los derechos humanos como si la democracia fuera el equivalente a un pacto de suicidio colectivo.

No queriendo desaprovechar una buena pandemia, toda clase de inseguros líderes autoritarios –desde dictadores consagrados a novedosos practicantes del nacional-populismo– aprovechan el momento para expandir todavía más sus poderes ejecutivos en cuestiones que poco o nada tienen que ver con la defensa de la salud pública. La creciente lista de sospechosos habituales está encabezada por China y Rusia, pero también incluye a Hungría, Israel, Chile, Singapur, Jordania, Filipinas, Azerbaiyán, Egipto, Tailandia, Gran Bretaña, Estados Unidos o Bolivia.

La gran excusa compartida por estos gobiernos, que de forma tan oportunista han empezado a saltarse toda clase de líneas rojas dentro de su búsqueda permanente de chivos expiatorios, es que los tiempos extraordinarios que sufrimos requieren medidas extraordinarias. Con el agravante de que la angustia de los ciudadanos se traduce en una mínima resistencia ante este inquietante abandono de garantías constitucionales y demás consideraciones democráticas.

Por supuesto que las autoridades necesitan poderes especiales para combatir la actual pandemia. El problema es cuando autócratas aprovechan el río revuelto del Covid-19 para asumir atribuciones que nada tienen que ver con el interés general. La velocidad viral con que se están aprobando estas medidas de emergencia y la tecnología disponible no favorecen precisamente ni controles para evitar abusos ni caducidad cuando el maldito virus sea finalmente sometido.

El resultado más que previsible de este corrosivo brote autoritario va a ser una erosión adicional de instituciones democráticas, con todavía mayores facilidades para perseguir opositores y acallar voces disidentes.

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