El Parlamento inglés se quita la peluca
Malestar de los diputados tradicionalistas, que recuerdan que los secretarios de los Comunes las llevaban desde hace 300 años
El presidente de la Cámara de los Comunes, speaker en la jerga política inglesa, es un cargo institucional, que rara vez se significa. Pero el que ocupa el puesto desde 2009, el pintoresco tory John Bercow, no para de dar noticias. Londinense de ancestros judíos, de 54 años, en su infancia fue campeón nacional de tenis, hasta que una enfermedad truncó su carrera y su crecimiento. Hace dos años fue objeto de una polémica por gastos suntuosos en la restauración de su residencia oficial en el Parlamento. El año pasado, la prensa tabloide la gozó con el culebrón adúltero que protagonizó su mujer, quien contó a los medios con pelos y señales –y lágrimas– cómo se había liado con un primo del speaker (que la ha perdonado).
Esta semana, Bercow ha destacado porque se opone a que Trump hable ante el Parlamento en su visita al Reino Unido y también porque ha eliminado las tradicionales pelucas de los secretarios de los Comunes.
Los tres secretarios de la Cámara tienen como tarea asesorar al speaker y a los diputados en sus dudas normativas y constitucionales. Su figura data de 1315, bajo el rey Eduardo II. El cargo es vitalicio y suelen ser licenciados en Derecho. Desde hace 300 años, visten túnicas de seda, pajaritas blancas sobre camisas de cuello de ala y unas distintivas pelucas, también albas. Pero la peluca incomodaba a los clerks, que se quejaron de que crea una imagen «arcaica y rancia». El speaker Bercow les ha dado la razón y de un plumazo ha anunciado que a partir del próximo día 20 se acaba el pelo postizo y también los cuellos a la antigua. Solo se conservarán las togas.
Demasiado antiguo y formal
El jefe de los secretarios se llama David Natzler. Las curiosas tradiciones inglesas hacen que sea también el propietario legal de la torre del Big Ben. Pero parece que a Natzler no le gusta el culto al pasado, que tanto encanto confiere a su país, y abomina de las pelucas: «En televisión se crea una imagen rara, de una formalidad escalofriante y antigua, alejada del deseo de la Cámara de mostrarse como un foro de debate abierto, reflejo de la gente a la que servimos».
Los argumentos contra el ceremonial clásico son que resulta «recargado y severo», «irritante» para los clerks y caro (cada traje completo cuesta unos 4.600 euros, lo que tampoco parece que vaya arruinar al Reino Unido, dado que son solo tres).
Los diputados tradicionalistas del Partido Conservador se han enojado. Acusan a Bercow de «destrozar la tradición» y de haber impuesto la medida con una orden ejecutiva, sin consultar a la Cámara, por lo que reclaman un debate. A la cabeza de la protesta se ha situado el simpático tory Jacob Rees-Mogg, que a sus 47 años encarna la Inglaterra clásica casi hasta la caricatura (en su primera campaña electoral, el partido le sugirió que igual no era buena idea pedir el voto por los barrios con chófer y a bordo de un Bentley). «Acabar con las pelucas es una pena y un error –lamenta–. Ahora serán solo otros tipos más de traje gris. Se les resta autoridad. Y si les resulta irritante, pues así fue durante siglos». Bercow se defiende argumentando que antes de llevar peluca los clerks lucieron sus cabezas al aire mucho tiempo.