Paisaje tras la batalla en la Politécnica de Hong Kong

Tras once días de asedios, la Policía encuentra un arsenal de artefactos caseros

Material químico almacenado por los estudiantes rebeldes Pablo M. Díez
Pablo M. Díez

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Después de once días de cerco, la Policía entró ayer en la Universidad Politécnica de Hong Kong , donde se libró la batalla campal más feroz desde que empezaron en junio las protestas reclamando democracia al régimen chino . Lindando con el mar en la península de Kowloon, justo donde se sumerge uno de los túneles que conecta con la isla de Hong Kong, su gigantesco campus es una zona de guerra. Todos sus accesos están bloqueados por barricadas, carbonizadas y coronadas con paraguas, que los manifestantes montaron a base de vallas, pupitres, fotocopiadoras, troncos de bambú y hasta filas de asientos de avión que no se sabe de dónde demonios salieron.

En su interior, adonde había accedido el corresponsal de ABC, los agentes se encontraron un polvorín de cócteles molotov y líquidos inflamables, que empezaron a retirar. Tras una primera incursión de los bomberos, les siguió un equipo de artificieros que comprobó las bombas incendiarias fabricadas por los manifestantes en la batalla del día 17. En total, y según el periódico «South China Morning Post», hallaron 3.800 cócteles molotov, 921 botes de gas, 12 arcos, 200 flechas, numerosas catapultas caseras y un rifle de aire comprimido.

Planta por planta, sus especialistas registraron también los laboratorios de la Politécnica, donde los radicales robaron 588 líquidos inflamables y sustancias químicas para elaborar los cócteles molotov, muchos de ellos con latas de gas adheridas para que las explosiones fueran mayores.

Desde las terrazas de la Politécnica, protegidas por sacos terreros y grandes macetas como si fueran almenas de un castillo medieval, los manifestantes disparaban a los antidisturbios con los arcos del gimnasio y con catapultas caseras con las que lanzaban adoquines y bolas de metal. Por todos los flancos, como revelan las barricadas que rodean el recinto , la Policía los «bombardeó» con gases lacrimógenos y pelotas de goma. Para frenar el avance de sus cañones de agua y blindados, uno de los cuales quemaron con una lluvia de cocteles molotov, hasta levantaron muros de ladrillo en las vías de acceso y sembraron la calzada de clavos y adoquines juntados como dólmenes. Quemando la escalinata de la entrada principal, impidieron el asalto de los antidisturbios después de 17 horas de lucha, pero quedaron atrapados en el interior de su fortaleza cuando la Policía cambió de táctica. En lugar de ir a por ellos, los agentes los rodearon, repelieron a los manifestantes que acudían desde otros puntos de la ciudad a rescatarlos y esperaron a que salieran.

En los dos días posteriores, fueron evacuados 280 heridos y un millar de personas, la mayoría jóvenes y adolescentes , resultaron detenidas cuando intentaban huir o al entregarse. Entre ellos había 300 menores, que quedaron en libertad pero fueron fichados. Como desvelan las alcantarillas rotas, en cuyo interior se agitan nerviosas las ratas, hubo quien se escapó nadando a través de las cañerías.

Los manifestantes estaban tan bien organizados que contaban con un abundante arsenal de cócteles molotov desplegado por el campus. Además, en una sala contigua al gimnasio habían instalado un almacén para repartir máscaras antigás, cascos, gafas, guantes, cargadores de móvil, pilas y hasta ropa nueva para cambiarse y dejar atrás el uniforme negro que les caracteriza.

En medio de restos de la batalla y basura por todas partes que ya despide un olor nauseabundo, el laberíntico campus parece el escenario de un apocalipsis zombi en el que todavía se ocultan algunos manifestantes. Uno de ellos, con capucha, chanclas y pantalón corto , se escondía en uno de sus edificios antes de que llegara la Policía. Tranquilo pero esquivo, contaba que iba a reunirse con otros amigos y que «nos quedaremos aquí porque es lo que tenemos que hacer». Lo que no se sabe es dónde.

Un equipo de artificieros inspecciona las barricadas de la Politécnica en busca de bombas caseras y sustancias peligrosas Pablo M. Díez

«No hemos venido a atrapar a nadie, solo a ver si hay sustancias peligrosas », explicaba el capitán de la unidad antiexplosivos, sorprendido por todo lo que veía. Parece que los manifestantes sabían lo que se hacían porque incluso mezclaban la gasolina de los cócteles molotov con detergente y otros materiales químicos para que las bolas de fuego fueran mayores.

«Me da mucha pena ver la universidad tan destrozada porque yo estudié aquí hace muchos años», se sinceraba emocionado uno de los artificieros. Junto a otros agentes de paisano de la Unidad contra el Crimen Organizado y las Triadas, su equipo señalaba los materiales explosivos y registraba mochilas y ropas en busca de pruebas que delataran a los manifestantes. Con rayos ultravioleta, los detectives sacaban huellas.

Once días después de los violentos enfrentamientos en este moderno campus, las heridas están a flor de piel en sus millonarios destrozos y pintadas por doquier, como las que piden «Libertad o muerte» y un «Hong Kong libre» o llaman «ChiNazi» al autoritario régimen de Pekín.

Al anochecer, la primera gran manifestación tras las elecciones municipales del domingo acabó con tensión con la Policía . A la vista de lo caldeados que están los ánimos, que hacen saltar la chispa por cualquier pequeño incidente, parece que la batalla de la Politécnica no será la última.

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