Los Nobel de la Paz piden un fondo contra la violencia sexual

Entrega de los premios a la yazidí iraquí Murad, y al médico congoleño Mukwege

Los premios Nobel de la Paz, Mukwege y Murad AFP

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Nadia Murad se aferraba ayer a los auriculares de traducción y no podía evitar el temblor y las lágrimas mientras la presidenta del Comité Nobel Noruego, Berit Reiss-Andersen, relataba su historia. Todavía colegiala, fue secuestrada por Daesh (Estado Islámico) tras ver cómo eran cruelmente asesinados su madre y sus seis hermanos. Después, fue vendida sucesivamente de un amo a otro como esclava sexual hasta que consiguió escapar cuando la dejaron salir para ir a comprar un burka. Se trata de un relato que se repite en el seno de cada familia yazidí, una minoría religiosa irakí que ha denunciado la venta de más de 6.500 mujeres y niños con nombre y apellidos. Se desconoce el destino de otros 3.000 en manos del Estado Islámico. Pero si ahora, a sus 25 años, se le concede el Nobel de la Paz no es por su sufrimiento, sino por haber «roto el estigma que ha destruido a millones de mujeres y haber tenido el extraordinario coraje de dedicar su vida a que esos crímenes no sean ignorados u olvidados». « No busco más simpatía ni compasión », dijo en su breve discurso, «quiero que esos sentimientos se traduzcan en acciones». Ni el gobierno iraquí ni el kurdo, ni tampoco la comunidad internacional han perseguido a los genocidas. «Es inconcebible que la conciencia de los líderes mundiales no se haya movilizado para liberar a esas mujeres», denunció, incrédula, «¿Y si fueran un acuerdo comercial, un yacimiento petrolero o un cargamento de armas? ¡No se ahorrarían esfuerzos!».

La misma exigencia fue el eje del discurso del médico congoleño Denis Mukwege, que comparte con ella el Nobel de la Paz de este año y que describió el impune imperio de la «violencia macabra» en el Congo. Recordó los ataques a su hospital, las decenas de bebés violados, el caos « perverso y organizado » que ha resultado en más de seis millones de muertes, cuatro millones de desplazados y cientos de miles de mujeres violadas. Solo en su clínica han sido tratadas 50.000 lesiones y heridas infligidas en órganos sexuales con armas de fuego, bayonetas o botellas rotas, víctimas de violaciones grupales de hasta 18 meses de edad. «Todo esto sucede a la vista de la comunidad internacional», lamentó, mientras el informe de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos «acumula polvo» en un cajón.

Salario de mercenario

En la República Democrática del Congo, «la capital mundial de las violaciones», las estadísticas arrojan datos difíciles de asimilar: cuatro mujeres violadas cada cinco minutos, según el American Journal of Public Health, 400.000 violaciones al año . Tanto Murad como Mukwege pidieron ayer la creación de un fondo global de indemnizaciones para las víctimas de violencia sexual en conflictos y el comité sueco se sumó a la reivindicación de que «la violencia sexual sea tratada como el crimen que es y no como un daño colateral».

Al igual que en Bosnia (1992-1995), con 50.000 violaciones; Sudán del Sur desde 2013, donde el cuerpo de las mujeres es el salario con el que el gobierno paga a sus milicianos; o el citado caso del Congo, en el conflicto de Ruanda (1993-1994) las brutales violaciones masivas y sistemáticas llevaron por primera vez al Tribunal Penal Internacional a sentenciar la violencia sexual contra las mujeres como un «acto de genocidio», forma de tortura y «estrategia de limpieza étnica», porque no solamente se destruye a la víctima individual. Según ha reconocido el comité del Nobel, «la forma más eficaz de destruir una comunidad es destruir a la mujer».

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