Ramón Pérez-Maura - Horizonte

No prolonguemos la agonía

La Unión puede ejecutar el Brexit dentro de doce días sin más preámbulos

Ramón Pérez-Maura

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Lo que pueda salir mal, saldrá mal. Es como si los españoles no conociéramos a los británicos. Esta próxima semana se cumplirán mil días del referendo en el que los británicos votaron por sacar al Reino Unido de la Unión Europea. Muchos se quedaron boquiabiertos. Algunos lo habíamos predicho en las vísperas electorales. El germen del nacionalismo británico de la hora presente tiene siglos de antigüedad. Los euroescépticos británicos no quieren ningún acuerdo con la UE que implique poner un penique. Y llevan décadas en esa batalla.

Yo no conozco personalmente a la estrella ascendente del conservatismo antieuropeo, Jacob Rees-Mogg, pero su hermano mayor, Tom, era mi compañero y buen amigo en el colegio. Y su hermana Emma -hoy la célebre escritora Emma Craigie- también compañera en el colegio, fue probablemente mi primer amor platónico -era cuatro años mayor que yo. Son gentes de trinchera como se pudo comprobar el pasado sábado en ese mismo colegio, Downside, en el que hoy estudia mi hija menor. Jacob Rees-Mogg dejó por unas horas su campaña antieuropea y acudió a Downside a dar una conferencia sobre «Lo que es ser católico en el Parlamento». Como si los católicos británicos siguieran estando asediados. El padre de estos hermanos, lord Rees-Mogg, a quien también traté y conocí bien, fue el primer católico que dirigió «The Times» y ya desde la Cámara de los Lores, a la que le elevó Margaret Thatcher, recurrió la aprobación del Tratado de Maastricht, que tuvo bloqueado durante meses. Ellos siguen teniendo un sentimiento imperial que no se compadece con la realidad, pero que está muy asentado entre sus compatriotas y, muy especialmente, en buena parte de la bancada conservadora de los Comunes.

Decíamos el pasado 15 de noviembre en ABC.es que «Habrá un Brexit sin acuerdo». Casi todo el mundo decía que no sería así. Lo cierto es que vamos a llegar al 29 de marzo, la fecha límite original, sin ningún acuerdo. Y los partidarios del Brexit, los más nacionalistas británicos, dependen en esta hora de la benevolencia de los europeos para no romper sin más. Porque el Parlamento británico ha votado que no haya un Brexit sin acuerdo, pero ya no depende de ellos. La Unión puede ejecutar el Brexit dentro de doce días sin más preámbulos. Y en esta hora no está de más reflexionar sobre el razonamiento de Michel Barnier. Dice el negociador jefe que antes de conceder una prórroga a los británicos hay que preguntarse para qué. El acuerdo ya pactado no se puede alterar. Y la Cámara de los Comunes lo ha rechazado ya dos veces por mayorías de tres cifras. Y no sólo no se puede cambiar, sino que es más que discutible que se pueda someter a una nueva votación en los Comunes. En teoría un texto no se puede someter dos veces a la Cámara en la misma sesión. Podría buscarse algún subterfugio para hacerlo, pero es dudoso que el Speaker, John Bercow, acepte hacer esa trampa. ¿De verdad cree alguien que tiene sentido prolongar esta agonía?

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