Pedro Rodríguez - De Lejos
Nixon en Caracas
Algunos antecedentes históricos sobre la complicada relación entre Estados Unidos y Venezuela
Cinco meses después del derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez, estrecho aliado de Washington, el vicepresidente Richard Nixon visitó Caracas como parte de una gira de buena voluntad por América Latina organizada por la Casa Blanca en la primavera de 1958. La Administración Eisenhower quería demostrar su compromiso con la región, en aquellos momentos afectada por las tensiones de la Guerra Fría, un creciente interés soviético y el descalabro en los precios de sus materias primas.
Desde la llegada al aeropuerto de Maiquetía, la comitiva oficial fue hostigada con creciente violencia: insultos, salivazos, huevos y pedradas. Los doce agentes del Servicio Secreto que acompañaban a Nixon y su esposa se vieron desbordados y sin respaldo local. De hecho, cuando finalmente lograron llegar hasta la fortificada sede diplomática estadounidense, sus vehículos parecían unas VTC atacadas por taxistas.
Nixon, acompañado por Vernon Walters como traductor, mantuvo el tipo durante la tensa situación, ordenando a los escoltas no utilizar sus armas de fuego contra la multitud. Con cierto tono hiperbólico, los noticieros de Pathé News llegaron a describir lo ocurrido como «el más violento ataque jamás perpetrado contra un alto funcionario de EE.UU. en suelo extranjero».
El almirante Wolfgang Larrazábal, líder de la junta encargada de pilotar una transición democrática para Venezuela, reconoció que si hubiera podido se habría unido a las protestas contra Nixon. Ante la gravedad de lo ocurrido, el Pentágono desplegó unidades aerotransportadas en Puerto Rico y Guantánamo, además de movilizar en el Caribe al portaaviones USS Tarawa, ocho destructores y dos buques de asalto.
Cuando el vicepresidente retornó a Washington fue recibido como un héroe. Eisenhower intentó con mayor implicación revertir las deterioradas relaciones con América Latina, sin embargo, la profundidad de los problemas quedaría en evidencia con el inminente triunfo de Fidel Castro en Cuba. Desde entonces, Nixon mantuvo y llegó a escribir que la mayoría de sus vecinos del sur eran demasiado propensos a «la violencia y la irracionalidad». Además de carecer de la madurez política requerida para vivir en democracia.