Merkel y Erdogan escenifican una tensa reconciliación sin ocultar sus diferencias
Deciden además celebrar una cumbre sobre Siria y pactan acuerdos económicos
Merkel y Erdogan escenificaron ayer en Berlín una reconciliación de conveniencia, preñada de acuerdos comerciales y apuntalada de cara a la opinión pública con el anuncio de una cumbre sobre Siria en octubre, a la que asistirán también Vladimir Putin y Emmanuel Macron y en la que confían en acordar una solución para Idlib, el poblado sirio bajo el dominio rebelde, en la frontera con Turquía. Merkel no pudo evitar mencionar las «profundas diferencias» entre los gobiernos de los dos países, pero eso fue todo después de meses y meses de agresividad verbal en la que Erdogan llegó a llamar «nazi» al Gobierno de Berlín por evitar que sus ministros hiciesen campaña electoral en suelo germano. Organizaciones como Amnistía Internacional y Periodistas sin Fronteras habían previsto la participación de diez mil manifestantes en la marcha de protesta convocada ayer contra Erdogan, pero apenas unas mil personas caminaron desde Potsdamer Platz, portando pancartas en las que aparecía el presidente turco tuneado con el bigote de Adolf Hitler y gritando consignas contra la exportación de armas alemanas a Turquía.
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En un desayuno en el que hoy vuelven a encontrarse Merkel y Erdogan, ajustarán los detalles de la colaboración económica. Turquía no ha solicitado ayudas de ningún tipo, según fuentes cercanas al gobierno alemán, y más bien parece tratarse de una foto de apoyo con la que Merkel respalda la economía turca, en plena devaluación en picado de la lira. Tanto la faceta económica de la visita como el proyecto para Siria responden, en el fondo, a la estrategia de Alemania sobre el problema de los refugiados. Una ofensiva de Damasco contra el último baluarte yihadista de Idlib podría tener como consecuencia una nueva oleada de refugiados en dirección a Alemania que la canciller y su débil gobierno no podrían ya soportar. Las presiones de la Administración Trump sobre la divisa turca, si se llega al corralito, darían igualmente como resultado un deseado aumento de la inmigración hacia Alemania, donde residen ya tres millones de turcos, por lo que en Berlín hay disposición a mostrar una imagen de respaldo. Y además está el acuerdo de Turquía con la UE, en el que Ankara se comprometió a servir de barrera migratoria a cambio de 3.000 millones de euros. Cualquier paso atrás de Erdogan en este sentido, resultaría fatal para la supervivencia del Gobierno alemán.
Banquete de gala
Por todo ello y a pesar de las numerosas críticas recibidas, el presidente de Alemania, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, ofreció anoche al presidente de turco un banquete de gala en el Palacio de Bellevue con 150 invitados, algunos de los cuales rechazaron la invitación como gesto de protesta. La ausente más relevante fue la canciller Merkel, señal de lo mucho que se le atraganta a la canciller esta visita, que Erdogan utiliza por su parte para mostrar al pueblo turco que tiene a Alemania a sus pies.
Cuando Merkel, durante la rueda de prensa conjunta, deseó la pronta liberación de los periodistas alemanes presos en Turquía, el presidente turco respondió acusando a Alemania de acoger a un «agente que ha violado secretos de Estado» , en relación al periodista turco Can Dündar, exiliado en Berlín pese a una petición de extradición turca. Mientras el presidente Erdogan recorría ayer las oficinas de las más altas instancias alemanas, Dündar convocaba una rueda de prensa para protestar por no haber podido acudir a la comparecencia de Merkel y Erdogan, en la que por cierto el personal de seguridad tuvo que sacar por la fuerza de la sala a un periodista turco que aprovechó la ocasión para defender a gritos la inocencia de Dündar y que llevaba puesta una camiseta en la que se podía leer «libertad de prensa». Dündar explicó que se acreditó debidamente como periodista para el acto, pero que el presidente turco amenazó con cancelar la rueda de prensa con Merkel si él acudía a la cita, por lo que decidió finalmente no ir a la Cancillería, para «no ser parte de un escándalo diplomático», no convertirse en el centro de atención y no permitir que Erdogan pudiese así esquivar las preguntas críticas de los medios alemanes.»