Al menos 55 muertos y decenas de heridos graves en un ataque suicida en una mezquita chií de Afganistán
Daesh reivindica reivindica una de las peores matanzas contra la minoría hazara
Con el brutal atentado suicida de hoy contra una mezquita chií de Afganistán –que podría llegar al centenar de muertos– la minoría étnica de los hazara vuelve a revivir los momentos más trágicos de su pasado de persecución y matanzas a manos de los radicales suníes, crecidos con la llegada al poder de los talibanes. El ataque ha sido reividicado en Telegram por el autodenominado Estado Islámico , Daesh por sus siglas en árabe, que en fechas recientes llevó a cabo otros ataques similares de menor gravedad.
Los hazara, etnia establecida principalmente en el centro del país, constituyen aproximadamente el 20 por ciento de la población. Perseguidos básicamente por su conversión al chiísmo –la segunda corriente del islam, pero minoritaria en el mundo musulmán–, los hazara sufrieron de modo particular durante el primer periodo del régimen talibán , un movimiento suní controlado por la etnia pastún, la mayoritaria en Afganistán. Según los hazara, los talibanes son responsables de la matanza de 15.000 miembros de su etnia durante las campañas de ‘limpieza étnica y religiosa’ de finales de los años noventa del siglo pasado.
Fuentes del Gobierno de Kabul rechazaron toda implicación en el salvaje atentado suicida del viernes, en plena oración del día sagrado en una mezquita de Kunduz. En su descargo, los actuales gobernantes recuerdan su campaña contra los militantes de Daesh, con los que mantienen diferencias en materia de fundamentalismo suní . Los ideólogos de Estado Islámico consideran al movimiento talibán demasiado ‘blando’ en su aplicación de la Sharía, la ley islámica.
No obstante, algunos analistas estiman que el supuesto enfrentamiento entre los dos movimientos yihadistas suníes tiene mucho de postureo, y apuntan a la posibilidad de que el régimen de Kabul deje en manos de Daesh la represión de los hazara, mientras los talibanes se concentran en otros enemigos: los colaboradores del anterior régimen, las mujeres y la generación de jóvenes que creció en un clima de relativa libertad en las dos últimas décadas.
La ‘apertura de la veda’ contra los hazara –apoyados en el pasado solo por Irán, que hoy busca precisamente un acercamiento a los talibanes de la mano de Rusia– cierra asimismo un capítulo de reincorporación a la vida pública de esa minoría perseguida. Con el régimen de Karzai, los hazara llegaron a tener un 25 por ciento de los escaños en el Parlamento afgano . En 2004 un hazara aspiró a la presidencia y otro ejerció la vicepresidencia. En los últimos años, el desplome del régimen democrático estuvo acompañado de ataques permanentes contra los chiíes por parte de radicales de Daesh, Al Qaida y el movimiento talibán.
El drama de los hazara afganos representa, a gran escala, el de la minoría chií en buena parte del mundo musulmán, en el que constituyen poco más del 10 por ciento frente al 80 por ciento suní.
En términos generales, los dirigentes de los movimientos radicales chiíes están más preocupados por establecer su poder en sus propios territorios, mientras que los extremistas suníes sueñan en un ‘califato mundial’.
El cisma entre las dos principales corrientes del islam partió de una disputa sucesoria ya en el siglo VII. Los chiíes exigían un líder del islam emparentado con Mahoma, y los suníes un sucesor elegido por las familias más poderosas del momento. Fueron estos los que, finalmente, se impusieron tras la batalla de Kerbala ( Irak, 680 d.C.).
El tiempo se encargó de que la disputa fuera también doctrinal . Los suníes son iconoclastas radicales, y detestan cualquier representación de la divinidad, mientras que los chiíes creen en la intercesión de sus santos, y los veneran en santuarios. Los suníes rechazan al clero como principio de autoridad religiosa, y los chiíes siguen a pies juntillas a sus mulás y ayatolás.
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