Maduro encubre con violencia y represión el fracaso su convocatoria
Colegios semivacíos y un fuerte dispositivo policial en la votación del «superpoder» con el que Maduro reafirmará la dictadura boliviariana
Fue el primero de toda Venezuela en votar su Asamblea Constituyente. Quería dar ejemplo y demostrar lo efectivo que era el sistema. Nicolás Maduro mostró a la cámara su «carné de la patria» (modelo tarjeta de crédito), lo introdujo en la máquina y la pantalla le arrojó una metáfora de la realidad: «La persona no existe o el carné fue anulado». La participación del 41,5% del padrón electoral en la consulta celebrada este domingo, que la oposición rebaja al 12%, expresa ese fracaso de forma nítida. Más de la mitad de los 19,4 millones de venezolanos llamados a las urnas se negaron a participar en un plesbicito que asesta un golpe de gracia a la ya de por sí frágil estabilidad del país.
A partir de ese momento, por más que el hijo de Hugo Chávez , como le conocen sus detractores, insistiera en que todo el proceso era cristalino y funcionaba como un reloj suizo, nadie le creería. Maduro votó al este de Caracas, en Catia, cuna del chavismo . En su intervención televisada, además del ridículo, hizo una llamada a «la paz» y aseguró: «En los 23 municipios están saliendo a votar con total normalidad, con la mayor paz en estos 16 años de revolución». Lo dijo poco antes de que se conociera que se habían registrado al menos cinco muertos a manos de los suyos durante la jornada de votación.
El discurso oficial volvió a darse de bruces con la realidad. El sistema funcionó como la revolución, a su manera, pero la rebelión -aunque sea de la inteligencia artificial- puede sorprender cuando menos se espera. En cierto modo, eso es lo que sucedió con buena parte de la población que prefirió no ir a las urnas a pesar del riesgo -y castigo- que entrañaba.
El Gobierno, prevenido con lo que se avecinaba, sacó a las calles a miles de agentes de la Guardia Nacional motorizados y la protesta se dispersó por distintas plazas y arterias. La convocatoria de acudir en masa a la autopista Francisco Fajardo quedó truncada por la fuerza de los gases lacrimógenos y los coches patrulla del Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional).
Pese a la prohibición de acercarse a menos de 500 metros de cualquiera de los 14.000 centros electorales, la prensa más atrevida -y la camuflada- pudo dar cuenta de escenarios vacíos, de desolación, salvo en algunos feudos chavistas. El precio fue, como en Altamira, una lluvia de gases lacrimógenos y perdigones.
Además, según el ministro para la Defensa, el general en jefe Vladimir Padrino López , más de 100 máquinas electorales fueron destruidas en cuatros estados fronterizos del país.
Candidatos leales al régimen
Preparado para una batalla anunciada, Maduro y Diosdado Cabello -hombre fuerte del régimen- tomaron la delantera y ordenaron bloquear los accesos a la Fajardo. Anticiparse a una oposición por momentos atribulada se ha convertido en algo habitual desde que la coalición de partidos de la MUD (Mesa de Unidad Democrática) triunfara con la consulta popular del 16 de julio, donde más de siete millones de venezolanos rechazaron la Asamblea Constituyente que, a estas horas, tendrá, oficialmente, elegidos a sus 545 integrantes. Todos leales al Gobierno, ya que el resto de partidos se negó a participar en lo que consideran, como media humanidad, una farsa.
En Charallave, ciudad dormitorio a 40 kilómetros de Caracas, Franklin se presentó a votar a las 6.15 horas, pero dio marcha atrás. «Con esta cola no lo puedo hacer, porque tengo que ir a trabajar». Empleado en el servicio de mantenimiento de un hotel céntrico se declaraba «chavista convencido». «Yo apoyo a Maduro, pero antes está mi trabajo», explicó. En Charallave, recuerda orgulloso, «el chavismo jamás perdió una elección. Yo le digo a los otros que tengan paciencia, que si no les gusta este Gobierno ya lo van echar, pero en las urnas. El refranero -añade- es muy sabio, no hay mal que dure cien años». Dicho esto, no reniega de sus simpatías: «Yo seguiré votando a Maduro, pero tengamos santa paz».
Mencionada la excepción que parecería confirmar la regla (complicado desplazarse y hacer un barrido completo de los centros), la desolación fue la imagen más habitual en los centros para votar del este y el norte de Caracas. Que en Altamira, zona donde está confinado en su casa el líder opositor Leopoldo López , estuvieran abiertos parecía más un acto testimonial que otra cosa.
Según la oposición a Maduro, a las 15.00 hora local, la participación no alcanzaba los dos millones de votantes, por debajo del 7% del censo electoral. Sin embargo, el presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges , denunció que la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena , ya tenía en su boletín «decir que votaron más de 8.5 millones».
El primer vicepresidente del Parlamento, Freddy Guevara , abundaba en estas componendas. «En Miraflores hay un debate -señaló-, porque en un principio le habían dicho a Maduro que iban a presentar un reporte de 8,5 millones de votos, pero ahora debaten si decir 11 millones o solo un poco más de lo que sacó la oposición el pasado 16 de julio. Ese fraude lo tienen ya montado». «Nicolás Maduro parió un cadáver con este fraudulento llamado a la Constituyente», subrayó.
En la mira de la purga que, más tarde o más temprano, realizará Maduro contra la oposición, destacó la «frustración de una dictadura que no entiende cómo, con todas las amenazas y la represión, la gente dijo: “No voto porque no me da la gana, porque eso no es un voto sino una extorsión, un chantaje”».
Stalin González , de Unidad Democrática en la Asamblea Nacional, precisó: «Si llenas de votantes El Poliedro (un estadio para espectáculos) 12 veces durante la votación -algo no verosímil- no llegaban ni al 1%».«La tumba del Gobierno»«La Constituyente está terminando de cavar la tumba del Gobierno».
El pronóstico del secretario de la Conferencia Episcopal precedía a las palabras del arzobispo de Caracas. El cardenal Jorge Urosa Savino volvió a censurar la iniciativa de la Asamblea Constituyente, que calificó de «ilegal e inválida». Entre otras razones, «porque no fue convocada por el pueblo».
Monseñor Urosa apuntaba al imperativo legal de convocar un referéndum previo para que el pueblo votara si quiere una Constitución nueva. Trasladado a España, sería como si Mariano Rajoy decidiera por su cuenta convocar elecciones para designar a un grupo de constituyentes que redactase una nueva Constitución.
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