La mayoría parlamentaria de Macron se tambalea por su gestion de la crisis del coronavirus

Entre 25 y 50 diputados amenazan con romper con el partido del presidente francés en medio de un panorama político cada vez más cuarteado

El presidente francés, Emmanuel Macron, ante la estatua del general Charles de Gaulle en la conmemoración del 75 aniversario del fin de la II Guerra Mundial en Europa AFP

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El coronavirus está cuarteando el paisaje político francés. Emmanuel Macron ha caído en un hoyo amenazante. El presidente y su primer ministro chocan varias veces por semana. Varios ministros están tocados. Socialistas y comunistas están por los suelos. Solo progresan en griterío extrema izquierda y extrema derecha populistas.

Según el último sondeo de «Paris Match», el 59% de los franceses desaprueban la acción personal del presidente de la República, que solo es apoyada completamente por un 9%. Un 31% de indecisos subrayan la fragmentación social ante la crisis. El último sondeo de «Le Monde» refleja la misma balcanización: un 42% está muy insatisfecho de Macron, que solo satisface al 24%, con un 34% de indecisos.

Macron se cotizó mal o muy mal durante la crisis de los «chalecos amarillos», entre el invierno de 2018 y todo 2019. La gestión de la crisis del coronavirus , desde el pasado febrero, ha terminado instalándolo en un hoyo negro políticamente peligroso, cuando su Gobierno y su mayoría parlamentaria hacen aguas (turbias). Entre 25 y 50 diputados, de un grupo de 291, estudian «romper amistosamente» con el partido de Macron, La República En Marcha (LREM), para crear un grupo parlamentario propio. Si esa ruptura se consumase, como consideran posible «Le Monde» y «Le Figaro», Macron perdería la mayoría parlamentaria absoluta con unas consecuencias imprevisibles.

La oposición, también dividida

Macron tiene una ventaja importante: la oposición política está también hundida y muy dividida. Los Republicanos (LR, derecha tradicional), con 98 diputados, los 26 diputados socialistas y los 16 diputados comunistas y aliados, no tienen fuerza para provocar una moción de censura. Y la extrema izquierda (17 diputados) y la extrema derecha (8 diputados) tampoco suman gran cosa.

Solo ante el peligro, la crisis, la pandemia y la angustia nacional, Macron, sus diputados, Gobierno y portavoces sufren un desgaste patético, previsiblemente prolongado.

Sibeth Ndiaye , francesa nacida en Senegal, portavoz del presidente, se ha convertido en un personaje de guiñol audiovisual, célebre por sus «lapsus» y meteduras de pata. Jean-Michel Blanquer , ministro de Educación, fue durante muchos meses uno de los políticos más populares. Ha caído en desgracia, víctima de un rosario de anuncios fallidos sobre la vuelta al colegio.

Varios colectivos han comenzado a estudiar la presentación de querellas contra el Gobierno y algunos ministros , considerándose víctimas de la gestión de la crisis. La Justicia sigue aún empantanada, pero se teme un rosario de querellas potencialmente críticas.

En la cúspide del Estado, las relaciones personales entre el presidente y su primer ministro, Édouard Philippe , han caído en una telaraña de diferencias, incomprensiones y enfrentamientos soterrados. Históricamente, en el régimen de la V República, el jefe de Gobierno y primer ministro ha sido siempre un «fusible» que el jefe del Estado utiliza para protegerse. La gestión de la crisis ha provocado enfrentamientos que han disparado todas las alarmas.

Macron reconoce «diferencias» con Philippe, pero considera «indecente» la «musiquilla» de los medios, informando y comentando acerca de los «equilibrios inestables» entre ambos.

Equilibrios que la opinión pública percibe con inquietud y reserva. Las maniobras, meteduras de pata, confusiones, anuncios y desmentidos, «matizaciones» permanentes, solo agravan la incertidumbre, cuando el fantasma amenazante de la crisis económica y las tensiones sindicales agravan la angustia cívica mal contenida.

Ante ese paisaje de ruinas políticas, Macron tiene la suerte de estar solo, ante un ejército de fantasmas. El socialismo francés está hundido, invisible e inaudible, sin programa, sin líderes, sin eco. El PCF vive en un gueto de insignificancia liliputiense. La derecha tradicional sigue huérfana de Nicolas Sarkozy , dividida entre aspirantes todavía invisibles al liderazgo. Solo Jean-Luc Mélenchon , extrema izquierda populista, y Marine Le Pen , extrema derecha populista, consiguen hacerse oír, a gritos.

Semanas antes de la crisis del coronavirus, Mélenchon fue condenado a tres meses de cárcel con remisión de pena por rebelión y provocación. Arrastrando esas cacerolas, el líder de La Francia Insumisa (LFI) ha «moderado» vagamente su lenguaje, para convertirse en «augur» de las peores noticias, salpicando con su verbo siempre «colorista» a Macron y su gobierno.

Le Pen denuncia a toda hora las «aberraciones» de Macron y se propone escribir un «libro negro» sobre la gestión «macroniana» de la crisis. La presidenta de Agrupación Nacional dice estar al frente de «la única oposición creíble contra Macron». Su sueño aún lejano es repetir un duelo con Macron, como en las presidenciales de 2017, cuando logró 10.638.475 votos en segunda vuelta, eliminada por el hoy presidente con 20.743.128. Agua pasada que anunciaba, en cierta medida, la actual fragmentación del paisaje político.

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