Los manifestantes de Hong Kong buscan parar la ciudad y las clases para presionar al Gobierno

Miles de manifestantes cortan los accesos al aeropuerto antes de la huelga y boicot de las clases de hoy

Entre las barricadas de los manifestantes, los pasajeros tuvieron que caminar 45 minutos arrastrando sus maletas por el bloqueo de los accesos al aeropuerto PABLO M. DÍEZ.
Pablo M. Díez

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Después de casi tres meses de protestas multitudinarias y violentos choques con la Policía que no han servido para lograr sus demandas democráticas al régimen chino, los manifestantes de Hong Kong presionan con un método todavía más drástico: parar la ciudad . Lo intentaron ayer con un nuevo bloqueo al aeropuerto , uno de los más transitados del mundo, y volverán a tratar de hacerlo hoy y mañana con una huelga general y un boicot estudiantil a las clases tras las vacaciones de verano.

Como hace dos semanas, miles de manifestantes, sobre todo jóvenes y adolescentes, cortaron con barricadas las carreteras de acceso al aeropuerto, donde las autoridades cerraron además el tren que conecta con la ciudad para que no lo usaran los «invasores». «Llevamos tres meses protestando y la jefa ejecutiva del Gobierno, Carrie Lam, no nos escucha. Ha llegado el momento de golpear a la economía para aumentar la presión», justificaba David, universitario de 24 años. Aunque los manifestantes no consiguieron cerrar el aeropuerto ni que se cancelaran muchos vuelos, sí desataron un caos en los transportes que obligó a miles de pasajeros a caminar 45 minutos arrastrando sus maletas.

«Es solo un paseo. Ya lo tenía previsto», le quitaba hierro al asunto Larry, un inglés de mediana edad, acompañado de su familia. Aunque su vuelo no salía hasta la medianoche, se dirigían al aeropuerto diez horas antes. Esperemos que, cuando lleguen a Londres, no les pille una de las protestas contra la suspensión del Parlamento porque sería el colmo de la mala pata. Con peor humor se lo tomaba un joven hongkonés que, tirando de dos maletas, iba lanzando improperios contra los manifestantes , que le abucheaban al pasar bajo el ruido ensordecedor de los aviones que acababan de despegar sobre sus cabezas.

Temiendo la inminente aparición de los antidisturbios, los jóvenes se retiraron hasta el vecino barrio de Tung Chung, donde muchos se refugiaron en su estación de metro para regresar a la ciudad. Pero las autoridades volvieron a cerrar no solo esta parada, sino toda la línea, para cortarles la huida y los manifestantes reaccionaron causando destrozos y abriendo las bocas contra incendios. Cuando llegó la Policía, los vecinos los recibieron llamándoles «matones de las triadas», como viene siendo ya habitual por su mala imagen.

En su regreso a pie a la ciudad, los jóvenes fueron recogidos en la autopista por los conductores en medio de un monumental atasco, un rescate ya bautizado como el «Dunkerque de Hong Kong». Hoy, nueva batalla por la libertad. Pero muchos no podrán librarla porque la Policía los estaba esperando a la salida de numerosas estaciones de metro, donde identificaron a los jóvenes que parecían sospechosos y registraron sus mochilas en busca de camisetas negras, máscaras, punteros láser y herramientas para desarmar el mobiliario urbano o armas caseras. Con esta nueva estrategia y cada vez más «mano dura », la Policía quiere acabar con unas protestas que duran ya casi tres meses y se han enquistado como el mayor desafío al autoritarismo de Pekín.

Además de la retirada total de la ley de extradición a China, que ya ha sido suspendida, los manifestantes reclaman una investigación independiente de la fuerza policial, el sobreseimiento de las causas por «disturbios» contra los detenidos y la reactivación del proceso democrático hacia el sufragio universal. A tenor de la agencia Reuters, la jefa ejecutiva del Gobierno local, Carrie Lam, le habría propuesto al régimen chino conceder alguna de las demandas para negociar las otras, pero Pekín se habría negado en redondo. Personalizada en la parálisis del Ejecutivo de Hong Kong, esta falta de soluciones políticas es la que argumentan los manifestantes para justificar la escalada de la violencia, aceptada por la mayoría de la sociedad pese al peligro y los daños que está sufriendo la ciudad.

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