Kruschev: el zapato que calentó la Guerra Fría

Líder principal de la Unión Soviética entre 1953 y 1964

Discurso de Kruschev, junto al comandante Rodión Malinovski ABC
César Cervera

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Hasta que el presidente Bush esquivara con habilidad felina un zapato en Irak, ningún calzado había amenazado tanto la seguridad mundial como el de Nikita Kruschev en 1960. El jefe de la URSS en el momento más caliente de la Guerra Fría se quitó el zapato en la Asamblea de la ONU y, ni corto ni perezoso, lo esgrimió contra sus enemigos: «No nos asusta la guerra. Si se nos impone, combatiremos y venceremos. Las bajas serán innumerables y aterradoras. Somos comunistas y tenemos fuertes los nervios», amenazó dos años antes de la Crisis de los Misiles de Cuba. Una actitud desafiante que finalizó con la sesión suspendida y la impresión de que «algo grave, quizá irreparable, sucede en la ONU» , como escribió el enviado especial de ABC, José María Massip, sobre «el clima de terror» que se vivió aquel día.

La gestión de la Crisis de los Misiles de Cuba pasó factura a Kruschev. Dos años después fue forzado a dimitir como secretario general del Partido Comunista, como recoge la portada de ABC, y fue sustituido por Leonidas Brezhnev.

El ucraniano Nikita Serguéievich Jruschov se hizo cargo de la URSS tras el fallecimiento de Stalin. No dudó para ello en pisar sobre el cadáver de Beria Lavrenti, el torturador favorito de Stalin , y otros sucesores mejor colocados. De familia campesina, Kruschev aplacó una vez en el poder cualquier promesa de apertura del régimen, lo que quedó plasmado en la brutal represión de Hungría hacia 1956. El ucraniano también fue el artífice del «muro de la vergüenza» en Berlín para expulsar de allí a los occidentales. Confundió así el aislamiento, los muros y los telones con la verdadera paz.

Su apuesta por una política de «coexistencia pacífica» con EE.UU. colisionó con un planeta completamente polarizado y con cada vez más armas nucleares sobre el tablero. El hombre que restableció las relaciones con la Yugoslavia de Tito y las rompió con la China de Mao es recordado hoy casi en exclusiva por su papel en la Crisis de los Misiles, diez días que helaron el corazón del mundo. Cuando la administración de Kennedy advirtió que Kruschev había instalado misiles atómicos en Cuba, se produjo un cerco sobre la isla y una crisis nuclear en octubre de 1962. Solo la templanza de ambos líderes permitió una salida pacífica al desafío, con la renuncia de la URSS a la instalación de misiles y el compromiso norteamericano de no invadir Cuba.

Un final feliz que, sin embargo, minó a nivel interno el prestigio del líder soviético. En 1964 se le obligó a dimitir y fue sustituido por Leonid Breznev, que se encargó de que Kruschev permaneciera recluido en su casa de campo hasta su muerte en 1971. Su caída en desgracia recuperó a Stalin como apóstol incontestable del régimen. Aunque el ambiente de terror nunca abandonó el país durante su gobierno, Kruschev trató de distanciarse del sangriento dictador y de sus purgas. «¡Fueron tantos los enviados a la muerte! ¡Tantos de mis amigos fueron ejecutados por Stalin y Mao!» , se lamentaba Nikita en sus últimos escritos.

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