José M. de Areilza - MONNET & CO.
Un tiro en el pie
El Constitucional alemán da instrucciones nada menos que al BCE, una institución europea, revestida de una independencia precisamente «made in Germany»
El reciente desgarro producido por el Tribunal constitucional alemán en la arquitectura jurídica europea es sobre todo una lucha de poder con el Tribunal de Luxemburgo y no una disputa legal razonable. Debe resolverse a favor de la primacía del Derecho europeo, pero con persuasión, sutileza y diplomacia y no a golpe de demandas de la Comisión al Estado miembro alemán por una sentencia muy polémica. No todos los alemanes creen en Dios pero a cambio todos creen en su banco central, una frase de Jacques Delors aplicable a su alto tribunal, durante muchos años una institución prestigiosa, respetada y que ha simbolizado lo mejor de la democracia alemana fundada en 1949.
En la Unión Europea, todos los tribunales constitucionales son iguales pero algunos son más iguales que otros: el constitucional alemán es un admirado «primus inter pares». Su relación con el derecho europeo ha estado jalonada de recelos y advertencias frente al desarrollo de los principios que hacen posible el funcionamiento del orden jurídico comunitario. Algunas veces sus prevenciones han ayudado, como han sido los casos de los estándares de protección de derechos fundamentales a nivel europeo o la exigencia del respeto a la identidad nacional de los Estados miembros, hoy plasmada en los Tratados. En otros casos, el constitucional alemán no ha entendido la naturaleza jurídica y política de la integración, cuestionando por ejemplo que la UE pueda ser una organización democrática sin antes transformase en una Federación o un Estado.
Ahora impugna la competencia final del Tribunal europeo para decidir los límites de los poderes de la UE y da instrucciones nada menos que al BCE, una institución europea, revestida de una independencia precisamente made in Germany . Se trata de una embestida poco meditada, un tiro en el pie que resta autoridad al tribunal alemán. También, un pésimo ejemplo para los gobiernos euro-escépticos de Polonia y Hungría. Es sobre todo un problema para el Ejecutivo de Berlín: Angela Merkel es consciente de hasta qué punto conseguir una respuesta europea eficaz a la crisis depende de los consensos que pueda alcanzar en su país.