El islam radical se alza contra un Ramadán sin mezquitas
Medidas de alivio de cuarentenas y toques de queda para evitar protestas populares

La visión de la Gran Mezquita de La Meca casi vacía impactó este viernes en el corazón y el imaginario de millones de musulmanes de todo el mundo, en el comienzo del mes de ayuno del Ramadán, uno de los cinco pilares del islam. La imagen podría recordar la reciente estampa del Papa Francisco celebrando, junto a un puñado de fieles, los oficios de la Semana Santa en la basílica de San Pedro, pero para un musulmán –que une en el Ramadán la Navidad, la Cuaresma y la Semana Santa– el golpe es mucho más sobrecogedor que para un cristiano.
Los mensajes de los gobiernos de decenas de países de mayoría musulmana de Oriente Próximo, África y Asia han sido unánimes, y han estado respaldados por la mayor parte de las autoridades religiosas mahometanas. Este año, el mes de ayuno –noveno mes del calendario lunar islámico– se celebrará a puerta cerrada debido a la pandemia del Covid-19. No habrá oración comunitaria en las mezquitas, ni reuniones masivas familiares en torno a la mesa para la cena de ruptura del ayuno , el «iftar», al caer la noche, después de un día solar sin comer ni beber. La penitencia, pública y obligatoria en la sociedad musulmana, se complementa al caer la tarde con la avidez por las compras, la visita a los cafés y el ambiente festivo en torno a la mesa. Este año será distinto por primera vez en la historia del islam.
Para suavizar las condiciones exigidas por las circunstancias, los gobiernos que han impuesto el confinamiento y –en muchos casos también el toque de queda– han relajado normas y horarios, para que la población sufra menos la disciplina del Ramadán y pueda comprar víveres para el «iftar», la cena de ruptura del ayuno. Pero en Oriente Próximo y en el Magreb la prohibición de abrir las mezquitas a los fieles es estricta. Los tres lugares más sagrados del islam, Meca, Medina y la explanada de las Mezquitas en Jerusalén estarán cerrados a cal y canto.
No se atempera, en cambio, la prohibición de comer, beber o practicar el sexo durante el día. La Universidad Al Azhar , de El Cairo, un referente en el mundo de la corriente mayoritaria, la suní, ha dictaminado que «nadie ha podido demostrar que comer y beber prevengan de contagiarse del coronavirus». Remedando la audacia del presidente Trump, el Gran Mufti de Egipto ha ido más lejos: «El ayuno contribuye a reforzar el sistema inmunológico», ha dicho la primera autoridad religiosa egipcia.
El mundo musulmán chií, más compasivo y cercano al cristianismo que el suní, ha cerrado también filas en torno a las disposiciones laicas de confinamiento, pero ha abierto la mano a excepciones en el ayuno para los contagiados. Así lo ha estipulado el líder chií iraquí, el ayatolá Sistani, mientras la voz más prominente de esa corriente –la del Líder Supremo iraní, el ayatolá Jamenei – insta a celebrar un Ramadán «íntimo, sin salir de casa». No en vano Irán es uno de los países más devastados por el Covid-19. El toque integrista lo ha dado, irónicamente, no el consejo de los mulás sino la autoridad política El Ministerio de Sanidad iraní ha tranquilizado a la población con una lectura propia del Corán: «Según la Sharia –reza su comunicado– quienes den positivo no están obligados por el ayuno».
Millones de musulmanes se verán forzados a vivir el mes de ayuno sin mezquitas abiertas en la cuna del islam –la península arábiga y el mundo árabe que se prolonga hasta Marruecos. Pero la amenaza de levantamiento en otros continentes, en particular en Asia –que concentra el mayor número de mahometanos del mundo– y el África negra, ha aconsejado a las autoridades políticas abrir la mano, autorizar la apertura de mezquitas durante el Ramadán, y rezar para que la pandemia no se agrave durante estas semanas.
Las organizaciones islamistas más fanáticas del planeta se concentran –quizá por el celo del neófito– en regiones donde el Corán llegó más tarde y donde no existe una simbiosis tan estrecha entre autoridad política y religiosa como en el mundo árabe . Es el caso en particular de Pakistán, donde decenas de organizaciones radicales advirtieron por carta al Gobierno de Imran Khan que si cerraba las mezquitas en Ramadán «se enfrentaría a la ira de Dios y de los fieles». «¿Qué puedo hacer –alegó esta semana la antigua estrella del cricket, hoy convertido en jefe de Gobierno– ¿Les decimos por la fuerza que no vayan a las mezquitas? Si van, ¿decimos a la Policía que meta a los fieles en la cárcel?». Al final acordó con los principales líderes religiosos una lista de 20 puntos para mantener los templos abiertos –que abordan desde el distanciamiento hasta el uso de mascarillas y guantes, o la práctica de las abluciones en casa antes de ir a la mezquita–, que son casi un brindis al sol.
En Indonesia, el país con más musulmanes del mundo , el gobierno ha pedido que este año se evite la tradicional peregrinación entre ciudades, dado que muchos desean vivir el ayuno con otros familiares; pero gran parte de los imanes se han rebelado contra las instrucciones civiles. En la provincia de Aceh, una de las más radicales, los clérigos han animado a los fieles a acudir a las mezquitas para las oraciones rituales durante el Ramadán, un periodo supuestamente de ayuno , purificación y crecimiento interior, y en la práctica ocasión para grandes congregaciones familiares y sociales.
En Occidente, en cambio, las organizaciones musulmanas han aceptado con resignación y buen ánimo la disciplina del confinamiento para toda la población. «La preservación de la vida está por encima de cualquier otra obligación religiosa», ha sido el lema para hacerla respetar.
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