Hong Kong prefiere perder sus vuelos a perder la libertad

Aunque algunos pasajeros atrapados en el aeropuerto critican las cancelaciones por las protestas, muchos apoyan la lucha democrática de los manifestantes

Cheung (en el centro) reparte pasteles y agua entre los pasajeros atrapados en el aeropuerto de Hong Kong por los vuelos cancelados por las protestas Pablo M. Díez
Pablo M. Díez

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Con la mayoría de los mostradores de facturación cerrados y muchos pasajeros con rostros cansados dormitando en el suelo, el aeropuerto de Hong Kong intentaba ayer recobrar la normalidad tras el caos desatado el lunes y martes por las protestas contra el autoritario régimen chino. La ocupación de la terminal de salidas no solo obligó al cierre del aeropuerto y la cancelación de más 500 vuelos, sino que acabó en violentos enfrentamientos con la Policía cuando los manifestantes retuvieron durante horas a dos viajeros de China continental de quienes sospechaban que eran espías. Uno de ellos, que hasta fue maniatado porque llevaba en su equipaje una camiseta donde rezaba «Amo a la Policía de Hong Kong», resultó ser un fotógrafo del «Global Times», periódico altavoz del Partido Comunista chino. Pero no mostró sus credenciales de prensa y se identificó como un turista, lo que está suscitando muchas dudas sobre su identidad y el verdadero motivo de su presencia en el aeropuerto.

Tanto él como el otro visitante del continente fueron agredidos por la multitud en unas escenas que han dado la vuelta al mundo y también se han visto en China, donde la censura sobre las noticias de las protestas de Hong Kong solo permite aquellas que sirven para reforzar al régimen y criticar a los manifestantes que piden democracia. Apelando al nacionalismo chino, la propaganda ya los ha encumbrado como héroes y planea dedicarles un homenaje en Pekín. Al margen de su utilización política, este nuevo estallido de violencia y la interrupción del tráfico aéreo han dañado la imagen de las manifestaciones pro-democráticas, que han derivado en «guerrillas urbanas» que cada fin de semana cortan calles montando barricadas y se enfrentan a la Policía.

Pidiendo disculpas, Cheung, una agente de ventas de 26 años, repartía ayer pastelitos y agua entre los pasajeros atrapados en el aeropuerto por la cancelación de sus vuelos. «Pedimos perdón porque no es correcto que los jóvenes agredan a la Policía, pero los antidisturbios tampoco deberían disparar a la gente, como a la joven que ha perdido su ojo», explicaba contando el caso de una enfermera alcanzada por una pelota de goma en una de las marchas prohibidas del domingo. Su imagen, con la cuenca de su ojo derecho reventada y chorreando sangre, ha enfurecido aún más a la sociedad hongkonesa y fue el detonante para la ocupación el lunes del aeropuerto, donde una sentada de protesta «daba la bienvenida» a los pasajeros desde el viernes.

Impedir nuevos incidentes

Para impedir nuevos incidentes, los tribunales han ordenado confinar la acampada en dos pequeños rincones de la terminal de llegadas y se ha reforzado la seguridad en los accesos. A partir de ahora, solo los viajeros con billete podrán entrar en la terminal de salidas para facturar su equipaje y atravesar el control de pasaportes. Con sus escudos y cascos puestos, patrullas de policía vigilan las entradas y el interior bajo la mirada extrañada de los viajeros. En una imagen inusual para uno de los aeropuertos más transitados del mundo, que registra 800 vuelos diarios y 75 millones de pasajeros anuales, muchos de sus pasillos de facturación estaban ayer vacíos y apenas había colas para acceder al control de pasaportes y las puertas de embarque. Todavía a medio gas mientras se desatasca el cuello de botella por las cancelaciones de los días anteriores, las aerolíneas intentan sacar a los viajeros lo antes posible de Hong Kong, ya que algunos vuelos acumulan hasta tres días de retraso.

Solo Cathay Pacific, la aerolínea local y una de las más importantes de Asia, se vio obligada a anular 272 vuelos en los dos últimos días, dejando en tierra a 55.000 pasajeros, informó el periódico «South China Morning Post». Incluyendo a otras compañías, ayer al mediodía ya había 63 salidas canceladas, como parpadeaban las letras en rojo en los paneles informativos.

El Ejército chino

«Mi avión a San Francisco tenía que salir el lunes por la noche y ha sido retrasado dos días», explicaba Kora, quien esperaba ayer junto a sus dos hijos pequeños y su madre. Aunque reconocía que se había pasado las dos últimas jornadas «de mal humor encerrada en casa», aseguraba entender los motivos de los manifestantes. «Molesta perder un vuelo, pero duele más perder la libertad», razonaba tras contar que llevaba desde junio siguiendo las noticias sobre las protestas contra la ley de extradición a China, que ha sido suspendida pero no retirada como exigen los manifestantes.

Asustada ante la posibilidad de que Pekín envíe al Ejército, como alertó el martes el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aludía a la masacre de Tiananmen al señalar que «no quiero que ocurra en Hong Kong lo que pasó en Pekín en 1989, donde también había jóvenes protestando». En su opinión, «si China manda al Ejército Popular de Liberación, el Gobierno de Hong Kong no podrá controlarlo y será el fin del modelo “un país, dos sistemas” vigente desde la devolución en 1997».

Como ella, otros pasajeros hongkoneses se mostraban comprensivos con los manifestantes, que cuentan con el apoyo de buena parte de la sociedad al ser considerados «luchadores de la libertad». Así los definía Cheung, la joven que iba repartiendo comida entre los viajeros, tras disculpar a los manifestantes porque «son solo muchachos». En su opinión, la culpa de esta revuelta que ha sacudido a Hong Kong la tiene el Gobierno porque «no ha escuchado a los millones de personas que han salido a la calle estos dos meses». A pesar del cansancio por este verano caliente que tiene a Hong Kong en llamas, prometía que «podemos seguir un año porque no tenemos miedo y la gente está muy enfadada».

Más comedido se mostraba Nanik, un jubilado indio que lleva viviendo más de tres décadas en Hong Kong, donde se había dedicado a las exportaciones. «Tenía un vuelo a Bombay el lunes, pero me avisaron de la cancelación cuando venía al aeropuerto. Tuve suerte de no quedar atrapado aquí», contaba junto a su mujer en un banco de la terminal de salidas, adonde había llegado con varias horas de antelación para ahorrarse imprevistos. «Hong Kong es un lugar muy seguro y la gente muy pacífica, pero ahora hay demasiados problemas», se quejaba Nanik, quien se oponía a la protesta porque «daña la economía y crea inconvenientes para el público».

Coincidía con él la señora Kim, una madre surcoreana que, junto a su marido y dos hijos, también llevaba esperando desde el lunes para regresar a Seúl. «Hemos tenido que pagarnos nosotros el hotel porque la compañía aérea no se ha hecho cargo», se lamentaba arrepentida de estas vacaciones en una de las ciudades más visitadas de Asia. Negando con la cabeza enfadada, dejaba claro que «nunca más volveremos a Hong Kong».

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