Las guerrillas amenazan las elecciones en Birmania
El Gobierno usa a los monjes budistas para agitar el odio a los musulmanes. Los históricos comicios no podrán celebrarse en las zonas controladas por grupos rebeldes, que luchan en nombre de diversas minorías
Los históricos comicios no podrán celebrarse en las zonas controladas por grupos rebeldes, que luchan en nombre de diversas minorías
Las históricas elecciones de este domingo en Birmania, las primeras relativamente «libres» desde 1990 , pueden culminar la transición democrática en este bellísimo pero paupérrimo país del Sudeste Asiático. Si, como se prevé, gana el partido de la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, habrá acabado un régimen militar que, metamorfoseado en 2011 en un Gobierno reformista de generales retirados, lleva en el poder desde 1962. Primero con el dictador Ne Win, que dirigió Birmania hasta la revolución de 1988, y luego por los generales Saw Maung y Than Shwe, que anularon la victoria electoral de Aung San Suu Kyi en 1990 y la confinaron bajo arresto domiciliario durante una década y media mientras cerraban el país al exterior.
Por el contrario, su sucesor, el general retirado Thein Sein , pilota desde hace cuatro años una apertura política y económica que está transformando a Myanmar, nombre oficial de la antigua Birmania. Así se aprecia en las embotelladas calles de Yangón (Rangún), plagadas de obras de bloques residenciales y centros comerciales entre una jungla de vallas publicitarias de móviles y coches de lujo. Pero esta transición no será completa porque todavía quedan amplias zonas del país que no están controladas por el «Tadmadaw», como se conoce al Ejército, sino por numerosas guerrillas étnicas que han impuesto sus propios Estados paralelos al margen del Gobierno.
Con 135 tribus y ocho grandes etnias que se dividen el territorio, Birmania es un avispero más enrevesado aún que los Balcanes. Los Bamar (birmanos) son el grupo hegemónico, pero las minorías suman un 40 por ciento de sus más de 50 millones de habitantes. Algunas etnias, como los Shan (9%), Karén (7%), Wa (4,5%), Mon (2%) y Kachín (1,5%), mantienen desde hace décadas guerrillas financiadas por el narcotráfico del «Triángulo Dorado», la Pfrontera de junglas montañosas que el río Mekong dibuja con Tailandia y Laos.
Después de dos años de negociaciones, el Gobierno firmó a mediados del mes pasado una tregua con ocho de estos grupos rebeldes, pero siete rechazaron el acuerdo y no permitirán que se vote en sus territorios. Entre los firmantes destaca la Unión Nacional Karén, que llevaba luchando por la independencia de esta etnia desde 1948. Dicha insurgencia es la más antigua del mundo y, probablemente, la más castigada por décadas de limpieza étnica que han arrasado 3.000 pueblos y provocado medio millón de desplazados.
De los cuatro millones de Karén , más de 150.000 viven en la decena de campos de refugiados desperdigados a lo largo de la frontera con Tailandia. Con 40.000 almas, el mayor de ellos es Mae La, que se ha convertido en una ciudad de chozas de madera, sin agua ni electricidad, surcada por calles de tierra que se enfangan cada vez que llueve. Para todos estos refugiados, las elecciones significan una ansiada oportunidad de paz.
Grupos armados
Pero entre los ausentes en el acuerdo figuran importantes grupos armados del norte del país como el Ejército del Estado Wa Unido, uno de los más potentes al contar con 20.000 soldados. Otro de los que seguirá dando guerra es el Ejército para la Independencia de Kachín, donde más de 100.000 personas han sido desplazadas por los enfrentamientos con el «Tadmadaw» desde la ruptura en 2011 de una tregua que duraba 17 años.
Desde 2012, unos 140.000 musulmanes de la etnia Rohingya han sido confinados en campos de refugiados
Para el Gobierno, este alto el fuego supone un enorme éxito político y social que esgrimir ante el electorado, pero la resistencia de las guerrillas restantes amenaza las esperanzas de paz de Birmania. Además, en los últimos años se ha disparado la tensión religiosa entre los budistas, que son mayoría, y los musulmanes, que suman el 5 por ciento de la población. Desde 2012, unos 140.000 musulmanes de la perseguida etnia Rohingya han sido confinados en campos de refugiados. Aunque muchos llevan varias generaciones viviendo en Birmania, el Gobierno insiste en que son inmigrantes ilegales de Bangladesh y no les permitirá votar en estas elecciones.
Apoyándose en los venerados monjes budistas, que ejercen una poderosa influencia sobre la sociedad, el Gobierno está agitando el miedo al islam para debilitar a sus rivales, especialmente a Aung San Suu Kyi, favorita en estos comicios. «Los militares están utilizando la religión como arma política para mantenerse en el poder», denuncia Timothy Pungsar, un periodista de la minoritaria tribu cristiana de los Rawang, que también sufre esta opresión por parte de las autoridades budistas. Por orden constitucional, los militares se han reservado un 25 por ciento de los escaños del Parlamento para seguir controlando los negocios en la nueva Birmania.
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