La gran victoria de Boris Johnson activa la cuenta atrás del Brexit
El primer ministro rubrica la más rotunda mayoría absoluta «tory» desde los días de Thatcher y provoca la caída del «corbynismo» y la líder liberal

De niño sorprendía a sus padres y cuidadoras proclamando que quería ser «el rey del mundo». En el cambio de siglo comentaba con humor que «tengo más posibilidades de convertirme en aceituna que de llegar a primer ministro». Probablemente el niño tenía más razón que el adulto y era más fiel a las verdades de su ambicioso corazón. El periodista Alexander Boris de Pleffel Johnson, de 55 años, quintaesencia del patricio inglés -pero que en realidad tiene gotas de sangre turca, nació en Nueva York y solo en 2017 renunció a su nacionalidad estadounidense-, mudó ayer por completo el escenario de la política británica con una espectacular mayoría absoluta de 80 escaños. Es la mayor victoria de los «tories» desde los días gloriosos de Thatcher en 1987. La libra se apreció un 2,5%, su mayor subida en tres años, y los valores británicos se pegaron una fiesta en la bolsa de Londres. El dinero prefería una salida clara de la UE frente a la alternativa de una coalición de Corbyn con los independentistas escoceses, que incluía sendos referéndums sobre Europa y Escocia y un temido programa de intervencionismo socialista de vieja escuela. El programa electoral laborista era saludado aquí como «la carta de suicidio más larga jamás escrita». Y así ha sido.
Boris, como lo denomina llanamente el público, suma 365 diputados frente a los 203 de los laboristas, que perdieron 69 en su peor noche desde 1935. El público castigó la pretensión del antediluviano izquierdista Jeremy Corbyn, de 70 años, de convertir el Reino Unido en un Estado socialista y rechazó su confusa oferta de un nuevo referéndum europeo. En una noche fulgurante, Johnson ha jubilado de una tacada a Corbyn y a la líder liberal, la europeísta Jo Swinson, que se irán en breve a casa. Johnson ha fundido también al populismo brexitero de Nigel Farage, al adueñarse de su discurso, y lo ha dejado sin escaños.
Además, con una campaña muy personalista, ha rubricado una proeza política que parecía inalcanzable: derribar el Muro Rojo del laborismo, pescar escaños en los caladeros de tradición minera de las Midlands, el Norte y Gales, donde votar al partido de Thatcher semejaba casi un pecado. Cuando en el arranque del recuento se anunció que los «tories» ganaban la circunscripción de Blyth Valley, laborista desde su creación en 1950, se supo que había comenzado un terremoto.
Mal perder de Corbyn
Corbyn, con mal perder, culpó a los medios de haber distorsionado la imagen de su partido, cuando estamos ante una formación que hasta ha tenido que pedir disculpas por su antisemitismo. También llegó a asegurar que su programa de disparar el gasto público en 80.000 millones anuales más y nacionalizar ferrocaril, luz, gas y banda ancha era «enormemente popular» entre los británicos. Liberados ya de él, algunos de sus diputados caídos lo han tachado de «tóxico» y «antisemita». El veterano apparatchik seguía rezongando ayer que «el socialismo nunca pasará de moda».
Johnson fue considerado durante mucho tiempo el Falstaff shakesperiano que amenizaba la política británica. Un personaje excéntrico, divertido y querido, pero poco fiable. En su día fue despedido por «The Times» por inventarse citas y sancionado por su propio partido por mentir al público. Sus andanzas adúlteras eran la carnaza de los tabloides y debe ser el único mandatario de una gran democracia occidental del que Wikipedia reconoce que no se sabe a ciencia cuántos hijos tiene. Pero tras la coraza del bufón se escondía una tenaz ambición, con una única meta vital: ser primer ministro, lo que lo llevó incluso a escribir una innecesaria biografía de Churchill para compararse subliminalmente con el héroe nacional. Desde ayer todo cambia. El bufón de antaño ya es un estadista y llamó a iniciar «la cura de la nación» tras la discusión «increíblemente árida» del Brexit (en buena medida abierta por él mismo como fogoso líder de la campaña del «Leave» en 2016). En sus tres discursos tras su victoria enfatizó que ahora el país dejará la UE el 31 de enero, después de tres años de remoloneo en el Parlamento. Esta vez sí se saldrá, «sin peros y sin más “puede que”....».
«Se han acabado las miserables amenazas de otro referéndum», exclamó entre vítores. Su pretensión es que la negociación de salida esté cerrada antes del final de diciembre del año que viene, algo que Merkel se apresuró a calificar ayer de «muy difícil». Pero a Boris ya le ha surgido un nuevo amigo, bastante extrovertido, Donald Trump, que nada más conocerse la victoria «tory» prometió al Reino Unido un acuerdo comercial con Estados Unidos «más grande y lucrativo que cualquiera con la UE».
Con las manos libres por holgada mayoría parlamentaria, Johnson irá rápido. El lunes remodelará su Gobierno, lo que dará pistas sobre qué tipo de «premier» va a ser. El agudo periodista Andrew Marr, figura de la BBC, señalaba con acierto en la larga madrugada electoral que la gran pregunta de la política británica es esta: «¿Quién es verdaderamente Boris Johnson?». Probablemente bajará el volumen de ese antieuropeísmo que tan útil le ha resultado. Ayer ya dijo que quiere «una nueva relación con la UE» y tendió puentes a los votantes «remainers» por vez primera. El viernes próximo la Ley del Brexit pasará su primera lectura en los Comunes, de cara a cumplir su promesa de salir a finales de enero.
En el horizonte, apenas camuflado por la euforia del llamativo triunfo, emerge el serio problema de la unidad nacional, que se agudiza. Los separatistas escoceses del SNP subieron 13 escaños y ya tienen 48 de los 59 que aporta Escocia a los Comunes. A la mandataria escocesa, Nicola Sturgeon, le faltó tiempo para anunciar que la semana próxima iniciará los trámites legales para que Londres autorice al Parlamento de Holyrood la celebración de un nuevo referéndum de independencia, solo cinco años después del que perdieron en 2014 y que prometían que zanjaría el debate «para una generación».
Exitoso eslogan
«El pueblo de Escocia ha hablado y es tiempo de que pueda decidir su propio destino», afirmó Sturgeon, repitiendo esa manida coletilla nacionalista que emplean los separatistas en España y que utiliza el propio Johnson para defender el Brexit. También empeora el panorama para la unidad nacional en Irlanda del Norte con la crecida del Sinn Féin.
El carisma personal de Johnson, su campaña personalista y llena de espectáculo, ha sido clave del éxito. Pero también la inteligencia de su arisco gurú personal, el asesor Dominic Cummings, que tuvo la inteligencia de vender al electorado una única idea-fuerza machacada cada día: «Get Brexit done». Los resultados acreditan que dio en la diana. El público estaba saturado del inagotable debate europeo. Deseaba pasar página, en un país con muchas necesidades de mejora (las infraestructuras por ejemplo son antiguas y la sanidad, muy mejorable). Como comenta el propio Johnson, «ahora hay que descansar un rato de peleas, de hablar solo del Brexit y de los políticos». Pero como en el clásico microcuento de Monterroso, pasada la euforia el país despertará y el dinosaurio seguirá ahí. El Reino Unido se apresta a romper con su mayor socio comercial tras 40 años de progreso juntos.
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