La conjura que tumbó a Thatcher: «Al menos la apuñalaron de frente»

La gran defensora de la libertad

La valentía con la que se enfrentó a los comunistas fue clave para la caída del Muro de Berlín

Esperanza Aguirre

Mi gran amigo Tristan Garel-Jones, que ha muerto en Candeleda el pasado marzo, fue MP (miembro del Parlamento) muchos años y en el grupo conservador era el «whip» («látigo»), es decir, el encargado de mantener la disciplina parlamentaria. Una tarde de hace ahora treinta años, a la salida de una sesión en Westminster, ofreció su casa para que los peces gordos del Partido Conservador se reunieran y allí arbitraran la estrategia para pedirle la dimisión a Margaret Thatcher. Lo consiguieron y yo tardé mucho en perdonar al siempre brillante y siempre amante de España Lord Garel-Jones. A ese perdón contribuyó que, cuando, años después, los dos estaban en la Cámara de los Lores, y yo fui de visita oficial, me la presentara.

Terminaban así los más de once años de Thatcher en Downing Street, un periodo que cambió radicalmente la forma de entender y de hacer la política en el Reino Unido, por supuesto, pero también en el resto de los países democráticos. Cuando en mayo de 1979 ganaba las elecciones y se convertía en la primera mujer primera ministra, Gran Bretaña languidecía económica y socialmente. Y en política parecía que no había alternativa al modelo socialista e intervencionista de los laboristas, que hasta el conservador Edward Heath había imitado en los cuatro años –del 70 al 74- en que gobernó. Margaret Thatcher, que había sido ministra de Educación en esos cuatro años, comprendió que el modelo socialdemócrata que imperaba en todo Occidente desde el final de la II Guerra Mundial estaba acabado. Lo estaba porque era incapaz de impulsar el desarrollo y la prosperidad de unos ciudadanos que estaban en manos de unos Estados cada vez más grandes donde las iniciativas individuales se veían asfixiadas.

Thatcher creía en la libertad individual con una fe que pocos gobernantes han tenido. En la libertad de todos y cada uno de los ciudadanos, a los que invitó y ayudó a que la ejercieran. Y Gran Bretaña, con ella, dejó de languidecer y comenzó un periodo de prosperidad generalizada. Quizás su máximo éxito, después de dejar el poder, fuera que Tony Blair, el líder laborista más carismático de las últimas décadas, fue, en muchos aspectos, un seguidor suyo.

Margaret Thatcher defendió sus principios con total firmeza, incluso contra sectores de su propio partido («the lady is not for turning», dijo con una frase que se ha hecho histórica). Y esa firmeza no dejó su huella sólo en la política británica.

La valentía con que se enfrentó a los comunistas, todavía en los tiempos de Breznev, y al establishment de la corrección política occidental fueron clave, junto al presidente Reagan y al Papa Juan Pablo II, para la caída del Muro y la desaparición de la dictadura comunista en media Europa. Sólo por eso ya merecería un puesto en la Historia junto a los más grandes defensores de la libertad.

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