Pedro Rodríguez - De lejos
Gran Bretaña es Brexit
Discutir sobre Europa ha terminado por ser la clave de la política nacional e identidad británica
Los libros que más nos gustan suelen ser aquellos que nos gustaría haber escrito. Para no perderse en el agotador laberinto del Brexit, merece la pena el refinado manual de instrucciones «Cómo funciona realmente Gran Bretaña» (How Britain Really Works) del periodista Stig Abell.
Con el 15 de enero como fecha tentativa para una votación parlamentaria sobre el acuerdo de separación negociado entre Bruselas y el gobierno de Theresa May, toda ayuda es poca para entender los profundos cambios hasta llegar al actual fiasco protagonizados en los dos últimos siglos por el Reino Unido: el desarrollo de una democracia, la naturaleza cambiante de su contrato social, las grandes guerras, su papel en el mundo y todas sus tribulaciones económicas.
Arthur Balfour, primer ministro conservador, denominó la democracia británica como un «gobierno por explicación». Esto implica que el poder reside en manos del partido gobernante que se limita a utilizar el Parlamento para dejar más o menos claras sus intenciones.
En el caso de Brexit resulta penosamente evidente que ese refinado y persuasivo sistema político ha fallado de manera estrepitosa hasta el punto de desbordar tanto a gobernantes como gobernados.
Como explica Stig Abell, discutir sobre Europa ha dejado de ser un pasatiempo muy de las islas para convertirse en la influencia predominante de la política nacional e identidad británica.
Hasta el punto de que un país tan relevante se ha dejado definir por lo que no quiere ser: parte de Europa, un socio y aliado de confianza para sus vecinos más cercanos, miembro de un proyecto común. Hasta el punto de que ahora Gran Bretaña no es otra cosa que Brexit.
La salida de la Unión Europea, según Abell, ha servido también para poner de manifiesto la verdad política más obvia sobre Gran Bretaña: su profunda división.
Con un abismo de separación que atraviesa al propio gabinete, al Parlamento de Westminster y a los votantes del Reino Desunido. Y sin líderes a la vista capaces de superar una crisis política que habría degenerado en existencial.
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