Francisco de Andrés

Un virus nada contagioso

El autogolpe institucional en Túnez no hará olas en la región. No las hizo su protesta democrática en 2011, y tampoco las hará la nueva deriva autoritaria: Túnez es un mundo aparte

El presidente Saied saluda a sus simpatizantes en el centro de la capital tunecina AFP

En la serie de revoluciones del 2011 que vinieron a bautizarse como Primavera Árabe solo hay una historia con final feliz: la de Túnez, el país que la dio a luz. El resto de los experimentos acabaron en guerras civiles o en regímenes totalitarios muy similares a los anteriores. Túnez es el único caso que logró hacer realidad alguna de las aspiraciones de la revuelta en las calles: elecciones justas y libres. Lo que solo es una pata de la mesa. La otra, la de las instituciones democráticas sólidas, no se improvisa, como acaba de demostrar el autogolpe de Saied.

Túnez ha tenido diez gobiernos en diez años de Primavera democrática tras la caída de la dictadura de Ben Alí. Esta inestabilidad, reflejo de la fragmentación de sus parlamentos y de la incapacidad de lograr mayorías, se sumó en los últimos años a la crisis económica y a la mortandad causada por el Covid-19.

Kais Saied es, sin duda, un presidente popular precisamente por ser un independiente alejado de los partidos políticos. Pero eso no justifica su decisión de forzar la dimisión del gobierno, cerrar el parlamento y anunciar que gobernará por decreto por tiempo quizá indefinido. Es probable que su decisión produzca ciertos frutos inmediatos en la lucha contra la corrupción y la creación de empleo. Pero a medio plazo, si no recupera con rapidez la normalidad institucional, solo acabará debilitando con su deriva autoritaria la esperanza de un sistema político fuerte y estable para Túnez.

La buena noticia de la crisis política en el país norteafricano es que no es contagiosa. Como al final tampoco lo fue su primera experiencia revolucionaria del 2011. Túnez sigue estando a años luz del resto de sus vecinos árabes, gracias a su nivel de educación y a la existencia de una clase media. Argelia y Marruecos parecen blindados frente al virus democrático que pareció prender hace diez años, Siria y Yemen siguen sumidas en la guerra civil, y Libia, Irak o Egipto no están para tirar cohetes después de la caída de Gadafi, Sadam y Mubarak.

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