Francisco de Andrés
Épica chií del dolor
El régimen iraní empieza a construir la leyenda en torno al general Suleimani, que le entronca con el fundador del chiísmo
A medida que se conocen más detalles, casi cómicos, de la guerra que no fue entre Irán y Estados Unidos destaca la exageración y melodrama en el duelo retórico entre el presidente norteamericano y las autoridades persas, con el Líder Supremo, Jamenei, a la cabeza. Pero mientras las amenazas de Trump suelen ser zafias, las de los iraníes nunca renuncian a su punto de poesía. Todo buen persa lleva un poeta dentro. Máxime si se trata de poesía funeraria, aunque sea para honrar la memoria de un instructor de terroristas como el general Suleimani.
En torno a la muerte del más poderoso de los militares del régimen iraní empieza a construirse la leyenda que le entronca con el inspirador de la corriente musulmana chií, hoy dominante en Irán, Irak, cada vez más influyente en el Líbano, y parte importante en las guerras civiles de Siria, Afganistán y Yemen. El general Qassem Suleimani cayó a los pies del enemigo como en su día Hussein, nieto de Mahoma, que se enfrentó en combate desigual a las tropas del califato suní en el año 712 de nuestro calendario. El culto chií a Hussein tiene ciertos ribetes cristianos: es el homenaje a quien se entregó a una muerte cierta por el bien de su comunidad. Solo ese fervor religioso, con momentos de éxtasis, explica las celebraciones y extensos funerales por Suleimani –con parafernalia de dudoso gusto estético para nuestros cánones: camión frigorífico con los ataúdes y aire de cabalgata–, que ya le han incorporado al santoral chií.
Teherán considera «proporcionada» la traca de cohetes contra dos bases norteamericanas en Irak –tras previo aviso y particular cuidado para no causar víctimas– porque estima que las circunstancias de la muerte de Suleimani ya le han proporcionado un resultado político excelente. El régimen fundamentalista creado por Jomeini cree que su causa ha sido vindicada entre los suyos y en todo el mundo chií por la muerte de Suleimani, en un momento clave por las protestas civiles inéditas contra los ayatolás. El chiísmo no nació en Irán sino en tierras de Irak, donde murió Hussein y donde ahora ha sido abatido el general persa. Otra feliz coincidencia.
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