La evitable tragedia de la torre Grenfell en Londres abre un gran debate en un país en crisis
La Reina reconoce el mal momento nacional tras el drama del incendio, con una May muy cuestionada y la izquierda en la calle
El sefardí Benjamin Disraeli, formidable primer ministro victoriano y uno de los fundadores del partido tory, fue también un gran literato. En 1845 publicó su novela política «Sybil o las Dos Naciones» . Allí escribió: «Dos naciones entre las que no hay ni relación ni simpatía, que ignoran los hábitos, pensamientos y sentimientos los unos de los otros, como si habitasen en diferentes zonas o planetas. Los ricos y los pobres».
Ciento setenta y dos años después, un chispazo a las 12.50 de la madrugada del martes al miércoles, en una cocina de una torre de pisos sociales de North Kensington , desató una tragedia que va para cien muertos e invita a pensar que la radiografía de Disraeli sigue vigente.
El burgo municipal de Kensington y Chelsea es el más rico del Reino Unido. Allá viven los Duques de Cambridge, tres de los cuatro Rolling Stones; Abramovich o los Beckham. El exalcalde neoyorquino Bloomberg, Elton John, Cameron y Osborne son propietarios en el barrio, meca de plutócratas y banqueros.
La esperanza de vida es la mayor del país: 89,8 años. Pero no es uniforme en todo el concejo. Según se va subiendo desde Chelsea, a orillas del Támesis, va descendiendo. En la parte alta de North Kensington es doce años inferior a la media del burgo. Allí, tras pasear entre una sucesión de mansiones blancas impolutas, que oscilan entre los 14 y los 28 millones de euros, se llega al polígono social Lancaster West State, con un millar de viviendas, que figura en el 10% de barrios más depauperados de Inglaterra.
Son casas sociales bajas de ladrillo y dos torres de 24 pisos, propiedad del consejo de Kensington y Chelsea, que las gestiona a través de su agencia de alquileres KCTMO. Su presidenta, Fany Edwards, recibió el año pasado la Medalla del Imperio Británico, sarcásticamente «por sus servicios a la comunidad».
El origen
La torre Grenfell se levantó en 1974, con una altura de 70 metros, 24 plantas y 127 pisos . Puede que viviesen allí hasta 600 personas (las autoridades municipales ni lo han concretado). Era como un pueblo en vertical, con un gimnasio de boxeo en su bajo gestionado por excampeones olímpicos. Muchos vecinos llevaban allí más de tres lustros. Personas humildes, casi todos de origen extranjero, con mayoría musulmana y muchos marroquíes (algunos ni hablan inglés e hizo falta un traductor cuando los visitó la Reina).
El fuego –y falta también la versión oficial– se cree que se originó en el piso de la cuarta planta de un taxista etíope cuarentón, por un chispazo del frigorífico. El hombre recogió unos bártulos, avisó a sus vecinos inmediatos y salió a la calle pensando que era un percance menor. Un cuarto de hora después toda la parte alta de la torre estaba en llamas y se convirtió en una ratonera. Ayer se reconocían 30 muertos y 58 desaparecidos . Hubo padecimientos infernales, entre llamas, humo espesísimo y explosiones azuladas de gas. Los 200 bomberos tardaron 24 horas en sofocar por completo el fuego. Algunos vecinos despidieron desde el prado de la calle a familiares que se asomaban impotentes a la ventana haciendo señas desesperadas.
La tragedia se aceleró por la reforma del edificio, concluida en mayo del año pasado y que costó diez millones de euros. Para ahorrar tan solo 6.250 libras, KCTMO y la constructora emplearon en la fachada una cubierta rellena de polietileno, un plástico que acelera el fuego, prohibido en cinco países. Los vecinos habían alertado en noviembre al consejo de Kensington y Chelsea de que la torre Grenfell era una ratonera.
Tras el incendio, el desastre organizativo. La asistencia a las víctimas se dejó a la buena fe del voluntariado. La ola de solidaridad ha sido desbordante. Pero los vecinos hablan de «caos» por parte del Gobierno y el ayuntamiento. Muchos supervivientes llevan tres días durmiendo en colchonetas en iglesias y clubes.
El Reino Unido en el diván
La crisis se ha politizado, en un país en el diván. El lunes comienzan las negociaciones del Brexit, sin Gobierno y sin estrategia. La ola de atentados destapó graves fallos policiales. El país está partido en dos desde el referéndum. Corbyn ha aprovechado la tragedia para seguir en campaña, culpando a la austeridad tory y pidiendo que se aloje a las víctimas en las mansiones vacías del barrio.
May, sin reflejos ni empatía, cometió el fallo de no querer ver a las víctimas en su primera visita, el jueves. Al día siguiente, cuando volvió con la promesa de cinco millones de libras en ayuda, los vecinos, espoleados por activistas antisistema, la recibieron a gritos de «cobarde» y «asesina». Salió por una puerta lateral de la iglesia de St. Clement’s, demudada y protegida por veinte policías. Ayer, intentando remontar, recibió a víctimas y voluntarios en Downing Street.
El malestar agita la calle. El viernes una turba indignada invadió la sede de la autoridad municipal de Kensington . Ayer mil personas, dirigidas por militantes laboristas, pidieron la dimisión de May frente al Número 10 y se esperaba una noche dura de protestas. La Reina, cuyo prestigio personal es lo único que ha funcionado en esta crisis, reconoce la nación vive un momento «sombrío». El Reino Unido del Brexit trastabilla.
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