Pedro Rodríguez - DE LEJOS

Eton

Las últimas estadísticas muestran que las «public schools» del Reino Unido han formado al 71% de los altos mandos militares, el 74% de los jueces, un 42% de los actores más cotizados y un 32% de los miembros del Parlamento

Pedro Rodríguez

La nomenclatura del proverbial clasismo británico aplicado a la educación puede resultar un tanto confusa. En lo más alto de la pirámide escolar se encuentran las public schools: los colegios privados más exclusivos. Tan solo un 6,7 de los escolares estudian en esas distinguidas aulas. Aunque de acuerdo las últimas estadísticas, las «public schools» del Reino Unido han formado al 71% de los altos mandos militares, el 74% de los jueces, un 42% de los actores más cotizados, un 32% de los miembros del Parlamento, y una patulea de primeros ministros.

El más elitista de todos esos privilegiados colegios sería Eton, un internado solo para chicos muy cerca de Windsor. A 35.000 euros por curso, los alumnos aprenden latín, adquieren conexiones y una plaza casi asegurada en Oxford o Cambridge. Para darse una idea de su auto-bombo, se cita la anécdota del duque de Wellington, que hace dos siglos al asistir a un partido de críquet habría dicho: «La batalla de Waterloo se ganó aquí».

Como otras instituciones británicas, pese a tanta pompa y circunstancia, Eton tampoco ha logrado escapar indemne a la pesadilla del Brexit. Sus exalumnos, tienen un destacado protagonismo en este fiasco nacional. Desde el cretino de David Cameron al todavía más cretino de Boris Johnson, pasando por una constelación de Etonians que no han sabido estar a la altura de su influencia. Y aunque el colegio presume de su compromiso con el servicio público, ahora el único compromiso visible es con el oportunismo y la defensa de intereses muy, muy particulares.

Una vez al año, los alumnos de Eton celebran el «wall game», una oscura variante del rugby, que ha terminado por convertirse en una metáfora perfecta de cómo las élites británicas están fallado a su país. El juego es un deporte con reglas opacas, practicado y entendido por muy pocos. Parece una melé interminable en la que, a pesar de los esfuerzos, empujones y tirones, nada ocurre en realidad. Los dos equipos rivales intentan avanzar por un campo de juego grotescamente estrecho. No importa cuánto dure el juego, nadie consigue marcar. Solamente gruñidos y bloqueo.

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