HORIZONTE

Esta extraña campaña norteamericana

Joe Biden viene de otro tiempo en que las cosas se hacían en positivo

Ramón Pérez-Maura

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Vienen meses interesantes en Estados Unidos. Vamos a tener una campaña electoral que va a hacer las delicias de quienes sentimos fascinación por su sistema político. A día de hoy tenemos una veintena de precandidatos demócratas -la cifra todavía no se ha concretado- y tenemos un solo candidato republicano, Donald Trump. Es verdad que es bastante normal que el candidato a la reelección tenga menos rivales en su partido que los que surgen en la formación que está fuera de la Casa Blanca. Pero también hay precedentes históricos en que las candidaturas alternativas al inquilino del Despacho Oval dentro de su propio partido han sido un indicador muy claro de sus negras perspectivas. En las presidenciales de 1992, cuando todo parecía indicar que Bush padre iba hacia una reelección fácil, llegaron las primarias de New Hampshire y sí, las ganó, pero aquel periodista de ultraderecha, Pat Buchanan, sacó el 37 por ciento de los votos y desde ahí Bush fue cuesta abajo en la rodada hasta ser derrotado por Clinton.

Esta vez hay mucho ruido entre los demócratas, donde Joe Biden es claramente favorito. Pero esta semana hemos visto que la nueva política norteamericana le descoloca. El martes pasado, cuando recaudaba fondos en Manhattan, recordó que él era un hombre capaz de alcanzar acuerdos con los rivales con los que no coincidía en nada. Algo poco común en la política de nuestro tiempo. Recordó cómo, siendo un senador en su primer mandato, había alcanzado consensos con senadores como Herman Talmadge y James Eastland que eran segregacionistas confesos. Le ha caído la del pulpo -desde su propio partido. El senador Bernie Sanders dijo que sus comentarios son como los «llamamientos racistas» de Donald Trump; la senadora Kamala Harris dijo que teme que Biden «no entiende la negra historia de nuestro país» y el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, también le acusó de estar fuera de sintonía con el Partido Demócrata de la hora presente.

No hace falta ser un genio para saber que Biden discrepa radicalmente del racismo de Eastman. Pero la izquierda de la hora actual, a uno y otro lado del Atlántico, no quiere saber nada de buscar puntos de encuentro. Quiere imponer su verdad. Y Joe Biden viene de otro tiempo en que las cosas se hacían en positivo. Es tal la bronca que le ha caído que frente al consenso que empezó defendiendo acabó sosteniendo que él había impuesto sus ideas a Talmadge y Eastland. Tuvo que rendirse.

Enfrente, Trump lanzó esta semana también su campaña por la reelección. Lo arropó una multitud en Orlando e hizo un balance sobresaliente de su primer mandato al que todavía le quedan 19 meses. Ese tipo de balance es algo normal en quien aspira a cualquier reelección. Lo extraño es que, como decía el pasado jueves en su editorial el WSJ -uno de los medios más afines al presidente- lo que faltó en ese acto de campaña de Trump fue una agenda para 2020. Un programa electoral de qué es lo que quiere hacer si es reelegido. Reivindicando su cumplimiento del programa de 2016 puede confirmarle muchos de los votantes que tuvo. Pero no es probable que le traiga nuevos sufragios.

Nos esperan tiempos fascinantes que harán trabajar a los politólogos mucho más que con el invento del «Gobierno de cooperación» de Sánchez.

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