ABC EN EL TÍBET
A la espera del próximo Dalái Lama
El régimen chino quiere controlar la reencarnación del líder espiritual del budismo, exiliado en la India
La reencarnación del budismo tibetano contra la infinita paciencia china. Con estas armas tan singulares se libra una lucha por el control del Tíbet y su religión que ya no es a muerte, sino que va más allá. En concreto, más allá de la muerte del Dalái Lama, que es la máxima autoridad religiosa del budismo y lleva exiliado en la India desde 1959 , cuando huyó cruzando a pie el Himalaya tras el fracaso de la revuelta tibetana contra la ocupación china. Con 80 años cumplidos en julio, el «Océano de Sabiduría» se acerca a una nueva etapa en la rueda de la vida que resultará trascendental para el budismo tibetano, que se dirige irremediablemente hacia un cisma tras su muerte y, como pregonan sus creencias, su posterior reencarnación. Una vez más, se trata de una lucha de poder donde la religión y la política van de la mano.
Consciente de su dominio histórico sobre el Tíbet, que se remonta a la Dinastía Yuan (1206-1368), y de su cada vez mayor relevancia en la comunidad internacional, el autoritario régimen de Pekín insiste en que, cuando fallezca el Dalái Lama, controlará su reencarnación conforme a las tradiciones del pasado. En un sistema de elección que fue impuesto por la Dinastía Qing en 1793, las autoridades chinas escogerán a su sucesor extrayendo un papel con su nombre de una urna dorada, en la que se habrán introducido las identidades de otros candidatos. Como dicho sorteo permitirá al régimen nombrar a un Dalái Lama a su antojo, al igual que ya hizo en 1995 con el Panchen Lama (la segunda figura más venerada del budismo), el movimiento tibetano en el exilio se debate entre designar una reencarnación en vida o incluso elegirla democráticamente.
Desde 2011, cuando renunció voluntariamente a su autoridad política, el «Océano de Sabiduría» viene especulando con la posibilidad de acabar con la tradición de su propia reencarnación. Irónicamente, esta amenaza pone de los nervios a los ateos gerifaltes del Partido Comunista chino, que en septiembre de 2007 promulgaron la Orden Número 5 para reconocer legalmente a las reencarnaciones de los sagrados monjes budistas. «A través de la Historia, la reencarnación del Dalái Lama se ha llevado a cabo según las tradiciones religiosas del budismo, que se seguirán manteniendo junto a las leyes pertinentes de la República Popular China sobre esta materia». Así lo explicaba el vicepresidente ejecutivo del Tíbet, Deng Xiaogang , en un reciente encuentro con once corresponsales extranjeros, entre ellos el de ABC, autorizados a viajar a esta remota región perdida en las cumbres del Himalaya, que permanece cerrada a la prensa internacional.
A su juicio, «no habrá posibilidad de diálogo ni reconciliación mientras el Dalái Lama siga apoyando la separación del Tíbet y no reconozca la soberanía de China sobre esta región». Aunque hace años que el líder del budismo renunció a la independencia y solo pide mayor autonomía y respeto a la tradición religiosa y cultural, Pekín sigue tachándolo de separatista y terrorista. «La camarilla del Dalái Lama, un gobierno ilegal en el exilio, quiere dividir China y organizó los disturbios de 2008», acusó Deng Xiaogang refiriéndose a la sangrienta revuelta que estalló en Lhasa el 14 de marzo de ese año y se extendió rápidamente por toda la región y por zonas tibetanas de las provincias limítrofes. La versión oficial de las autoridades asegura que murieron 19 personas de etnia «Han» -la mayoritaria en China y que ha colonizado esta región-, linchadas y quemadas por una turbamulta de tibetanos enfurecidos, que saquearon y destrozaron sus comercios. Junto a ellos, perecieron dos tibetanos que saltaron por una ventana para huir de la Policía, pero el movimiento en el exilio eleva esa cifra a 200 víctimas por el aplastamiento de la rebelión y la posterior represión.
Una vida mejor
Desde entonces, el régimen chino ha reforzado la seguridad para impedir nuevos disturbios y controlar la oleada de suicidios a lo bonzo que ha sacudido, sobre todo, a pueblos tibetanos en las provincias de Sichuan, Qinghai y Gansu. Desde febrero de 2009 hasta el pasado mes de abril, se han prendido fuego para protestar contra China 138 tibetanos, la mayoría adolescentes y monjes. «Tienen todo nuestro apoyo porque, con este sacrificio, irán al cielo o se reencarnarán en una vida mejor», los defiende un tibetano a favor de la independencia. Ocultando su nombre por miedo, razona que «el objetivo de estas inmolaciones es dar a conocer al mundo la causa tibetana . Por eso se graban con teléfonos móviles y luego las grabaciones se cuelgan en internet».
Como el budismo predica la compasión y el pacifismo, esta «revolución suicida» no provoca atentados para llamar la atención, sino sacrificios. Pero sí demuestra una radicalización de los jóvenes tibetanos que se agravará cuando fallezca el Dalái Lama y el régimen de Pekín nombre a su reencarnación.
¿A quién creerán entonces los tibetanos: al Dalái Lama designado por China o al elegido por el exilio? «Los lamas son personas sagradas y, dependiendo de su karma, ellos deciden sobre su reencarnación y van dejando señales . Todo está decidido en los rituales y en la Historia, no depende de nosotros», responde a tan peliaguda cuestión el monje Lhapa, director de administración del templo de Jokhang , corazón espiritual del budismo. Aunque se le nota incómodo por las insistentes preguntas de los periodistas en presencia de los funcionarios chinos, asegura que «el Dalái Lama tiene una relación especial con los fieles, que creen su karma. Si hay dos dalái lamas, ellos sabrán a cuál elegir».
La respuesta parece clara a la vista del fervor de los tibetanos, uno de los pueblos más devotos del mundo. Dando vueltas y vueltas alrededor del templo de Jokhang, en la «kora» (circuito) del Barkhor, miles de fieles rezan y agitan sus molinillos de oraciones mientras otros se postran sobre el suelo cada dos pasos. Tan sobrecogedoras escenas se repiten alrededor del imponente Palacio de Potala, antigua residencia oficial del Dalái Lama, y en el bellísimo lago Namtso, a cuatro horas en coche de Lhasa. Aunque el régimen prohíbe los retratos del Dalái Lama, basta mostrar una foto suya en el móvil para que a los tibetanos se les ilumine la cara de felicidad y se pongan a rezar por él. «El Dalái Lama es mi maestro. ¿Cómo me van a pedir que no le venere?», se pregunta enojado un monje, quien advierte de que «hay que tener cuidado con lo que se dice porque hay muchos espías, incluso en los monasterios». Con miedo, entre sospechas, los tibetanos siguen esperando al Dalái Lama, o su reencarnación.