El elegido de Trump protagoniza la última batalla por el Tribunal Supremo
Una acusación de agresión sexual y la prueba de fuerza del movimiento feminista tienen en vilo a EE.UU.
Si sucedió, fue en 1982. Brett Kavanaugh tenía 17 años y era alumno de secundaria en Washington. Un fin de semana, en una fiesta en una casa de Maryland, en la que corrió el alcohol, él y un amigo, Mark Judge, llevaron a una habitación a una compañera dos años menor que ellos, Christine Blasey Ford. Tras poner la música a todo volumen, cerraron el pestillo, Kavanaugh la sujetó sobre la cama, se montó sobre ella, le tapó la boca y trató de quitarle la ropa. Ella se resistió, logró zafarse y se encerró en un baño.
Esta es la versión de Ford, que denuncia ahora aquellos hechos ante el Senado de Estados Unidos para impedir que este confirme a Kavanaugh como miembro del Tribunal Supremo, un puesto vitalicio de una importancia trascendental para la vida judicial y política de la primera potencia mundial.
No es un incidente menor. De aquella supuesta agresión no hay más pruebas que los recuerdos, difusos, de quien acusa. El candidato niega los hechos categóricamente. No hay pruebas de que en los 36 años que han pasado desde entonces Kavanaugh haya tenido un comportamiento similar al que denuncia Ford, que hoy es profesora de universidad en California.
Es más, 65 mujeres que han estudiado y trabajado con él han firmado y difundido una carta en la que proclaman que «siempre se ha comportado con honorabilidad y ha tratado a las mujeres con respeto». El Senado, que debe confirmar a Kavanaugh, ha invitado el lunes a testificar a la profesora Ford. Esta ha exigido que antes el FBI investigue al juez.
Movimiento #MeToo
Este caso, que tiene en vilo a todo un país, es mucho más que una acusación de agresión por parte de un adolescente a una compañera de instituto hace casi cuatro décadas. La ofensiva contra la confirmación de Kavanaugh es la prueba definitiva de fuerza del movimiento feminista #MeToo en la era Trump.
Por un lado, es una factura que le pasa la izquierda norteamericana al Partido Republicano por su apoyo al actual presidente a pesar de sus groseros comentarios sobre las mujeres. Por otro, y más relevante, supone el último intento a la desesperada para evitar una verdadera mayoría conservadora en el Supremo que anule, de una vez por todas, la legalización del aborto en EE.UU., una cuenta que la revolución conservadora tiene pendiente desde tiempos de Ronald Reagan.
De los casos más relevantes en los que el Supremo de EE.UU. ha fallado para transformar los cimientos mismos de la sociedad norteamericana -el fin de la segregación racial, la tenencia de armas o el matrimonio gay- el del aborto es el de mayor trascendencia: estar a favor o en contra de él puede arruinar una carrera judicial y de hecho ha frustrado el intento de numerosos aspirantes a ingresar en la más alta instancia judicial norteamericana. Desde que el Supremo aprobara el aborto en 1973, los presidentes republicanos han nombrado a 14 jueces y los demócratas, sólo a cuatro. A pesar de ello, en las instancias en que se ha revisado esa decisión, la corte ha fallado siempre contra revocarla, interpretando la interrupción del embarazo como un derecho fundamental de las mujeres.
El aborto, el tema central
«El aborto ha sido y sigue siendo el asunto central en el tribunal», asegura Jeffrey Toobin, autor del libro más relevante sobre el Supremo en las pasadas décadas, titulado «Los nueve». «No hay una decisión suya sobre el aborto que no sea importante».
En los fallos más recientes al respecto, los jueces han fijado -nunca de forma unánime- que el aborto es legal durante el primer trimestre de gestación; que las menores deben recibir permiso paterno, y que una mujer no tiene por qué obtener consentimiento previo de su marido. Hay sin embargo jueces conservadores en la bancada, como Clarence Thomas o Samuel Alito , que han hecho de la prohibición del aborto una causa prioritaria y su posible legado. Ahora están a punto de alcanzar la mayoría conservadora necesaria para poder tener éxito.
La profesora Ford detalló sus acusaciones contra Kavanaugh en una carta que hizo llegar a la senadora demócrata Dianne Feinstein hace dos meses. Esta no hizo nada con ella hasta que el caso se filtró a los medios norteamericanos a principios de este mes. Entonces, la remitió al FBI para que investigue las alegaciones.
En virtud de la Constitución, es el Senado quien debe confirmar a cualquier candidato a ingresar en el Supremo. Los republicanos, que apoyan a Kavanaugh y defienden su rectitud de carácter y buen juicio, tienen mayoría en esa cámara, que desde 1989 no ha rechazado a un solo nominado. Entonces, una mayoría demócrata vetó a Robert Bork porque había expresado su voluntad de ilegalizar aborto.
Detector de mentiras
La agitación que vive el país estos días recuerda a otra cuenta pendiente del movimiento feminista con el Supremo: la confirmación de Thomas, el único afroamericano y probablemente el más firmemente conservador de cuantos jueces han pasado por el tribunal. Cuando George Bush padre le eligió en 1991, una abogada que había trabajado con él años antes denunció que la había acosado sexualmente en el trabajo en repetidas ocasiones.
El duro interrogatorio de Anita Hill en el Senado, con detector de mentiras incluido, se ha incrustado en la memoria colectiva de la nación porque, a pesar de que las pruebas eran más abundantes y las sospechas más plausibles que en el caso de Kavanaugh, el Senado, con una sólida mayoría demócrata, acabó confirmando a Thomas. Una investigación del FBI, que duró tres días, había concluido previamente que no había pruebas de las denuncias de Hill.
Restringir el aborto
«El caso de Thomas generalizó la creencia de que las confirmaciones para el Tribunal Supremo no son evaluaciones sobre las convicciones jurídicas y los méritos de los candidatos, sino campañas electorales para el control político de la Corte», opina el abogado Edward Lazarus, que trabajó como asistente judicial en el Supremo y es autor de otro libro fundamental sobre este, «A puerta cerrada».
Esa afirmación es válida para el caso de Kavanaugh, licenciado y doctorado por la prestigiosa Universidad de Yale y juez desde 2006. En sus fallos sobre el aborto ha respetado, como requiere la ley, la jurisprudencia del Supremo, pero en repetidas ocasiones se ha manifestado favorable a restringirlo, algo que, si es confirmado, estará a su alcance.
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