Sin electricidad y solo con el agua de los pozos construidos por el Ejército y las ONG, los campos de refugiados de Bangladés, como este de Kutupalong, se han convertido en ciudades de inmundas chozas de bambú entre el barro.
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En cuchillas bajo el sol, con los soldados frenando con palos a la multitud desesperada, los niños esperan al reparto de comida en el campo de refugiados de Moinnerghona.
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Albergando refugiados Rohingyas desde hace años, los campos de refugiados rohingyas, como este de Kutupalong, ya son auténticas ciudades de chozas de bambú con mercados.
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A los 400.000 refugiados que ya había en Bangladés se han sumado las 600.000 que han huido desde finales de agosto, hacinados en campos como el de Kutupalong.
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Óscar Meseguer, jefe de saneamiento de la Cruz Roja Española, da consejos de higiene y sanidad a los refugiados rohingyas en el campo de Moinnerghona para evitar enfermedades.
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Mujeres de la etnia rohingya lavan su ropa en las fuentes del campo de refugiados de Kutupalong.
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Los refugiados de la etnia musulmana rohingya siguen llegando a Bangladés huyendo de la persecución religiosa que sufren en Birmania.
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Más de la mitad de los refugiados que viven en los campamentos rohingyas, como este de Balukhali, son niños.
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Con la mirada perdida como posesos, la multitud se abalanza desesperada sobre los puestos del reparto de comida mientras los soldados bangladesíes intentan contenerlos a palos con cañas de madera.
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Cubierta por el «niqab», una mujer pasa con su hijo ante la cola para el reparto de comida en el campo de refugiados de Moinnerghona.