Ramón Pérez-Maura - HORIZONTE
Un delincuente aclamado
Cuando Assange empezó cuestionando Irak y Afganistán el jolgorio de la izquierda mediática fue infinito
La libertad de Prensa es imprescindible en una democracia. Si no existe, estamos ante una dictadura. Pero la libertad de Prensa está reglada en un Estado democrático. Y no permite delinquir. Julian Assange ha sido acusado por el Gobierno norteamericano de ayudar al soldado Manning a saltarse un código de acceso al sistema informático del Departamento de Defensa en el que se guardan sus documentos clasificados. Y eso no es lo que hace un periodista.
Los periodistas, con frecuencia, publicamos informaciones de interés general que el Gobierno de turno preferiría mantener ocultas. Y eso es legítimo. Pero a Assange no se le acusa de esa práctica periodística sino de haber participado de manera activa en el robo de la información. Que es algo diferente de publicar información que llega a ti sin intervenir en la sustracción. Y que no es periodismo éticamente aceptable. El robo es un delito.
Cuando Assange empezó cuestionando las actividades del Departamento de Defensa en Irak y Afganistán -es decir, las llamadas «guerras de la era Bush»- el jolgorio de la izquierda mediática fue infinito. Las cabeceras periodísticas más aclamadas del mundo colaboraron con el delincuente en la publicación de unos documentos que, según la acusación del Gobierno Federal, difundieron aproximadamente 90.000 informes de actividad bélica en Afganistán, otros 400.000 en Irak, 800 informes de interrogatorios en Guantánamo y 250.000 telegramas del Departamento de Estado. Buena parte de ellos en la página de la propia Wikileaks antes que en otras publicaciones. Esas «informaciones» de Assange pusieron en peligro la vida de miles de personas. De ciudadanos norteamericanos y de quienes les ayudaron contra los talibanes y contra Sadam Husein. Y debilitaron enormemente a Washington en el mundo entero. Ayudar a Estados Unidos era todavía más arriesgado de lo que siempre lo había sido viviendo en una tiranía lejana. No he oído a nadie pedir disculpas por poner esas vidas en peligro.
Pero Assange, a quien sólo le interesa la libertad de Assange, se encontraba muy molesto en su prolongado aislamiento en la Embajada de Ecuador en Londres. Así que también arremetió contra la candidata demócrata, Hillary Clinton. Él hackeó las cuentas de correo de la campaña demócrata, supuestamente con ayuda de Rusia. Cabe imaginar que todos los que exigían una investigación del hackeo ruso que habría beneficiado a Trump -algo que el fiscal especial Mueller dice que no se ha podido probar- tendrán igual interés en saber el papel que jugó Assange en esa operación de robo de información.
Vivimos tiempos de enorme hipocresía en los que se aplica una doble vara de medir. Las violaciones de la ley de Assange no pueden quedar impunes aunque sus amigos demócratas ya hayan hecho bastante por su causa. Recordemos que el soldado Manning fue condenado a 35 años de cárcel por el robo de esos documentos, pero antes de dejar la Casa Blanca, Barack Obama dio un perdón presidencial a quien para entonces ya era la soldado Manning. A pesar de lo cual, Manning está hoy de nuevo en prisión por orden de un juez federal acusado de un delito de desobediencia al juez en la investigación del caso Wikileaks. Pero por estos lares siguen siendo multitud los que aclaman a los presos Manning y Assange.