Francisco de Andrés
Una cura de realismo
Canadá depende por completo de EE.UU.: creer en un Quebec autárquico es creer en las hadas
Por vez primera en cincuenta años, la cuestión de la secesión de la provincia canadiense de Quebec –para convertirla en un Estado francófono– no estuvo siquiera presente en los sondeos previos a las elecciones legislativas del pasado lunes. Y los hechos han demostrado por qué. Los resultados indican que los secesionistas del Parti Québéquois (PQ) están en caída libre, y relegados a un tercer puesto, después de haber gobernado la provincia durante cinco legislaturas, en las que lanzaron dos referendos de independencia; los dos fracasaron, pero el segundo por escaso margen.
El separatismo canadiense no es un sueño del todo muerto aunque sí alicaído. Los analistas observan que las principales reivindicaciones que justificaron en 1968 –atención a lo sugerente de la fecha– la creación del PQ, han sido asumidas ya por las formaciones de derechas y centro-izquierda de la provincia que defienden la unidad de Canadá. En particular la defensa y promoción del idioma francés en Quebec, un mayor control de la inmigración, y el apoyo al peculiar sistema de recaudación de impuestos.
Los seguidores del romanticismo nostálgico y utópico del separatismo quebequense se van haciendo mayores, y en ellos sigue encontrando el PQ gran parte de su filón de votos. Los jóvenes han creado su propio partido radical de izquierdas, que lleva el irónico nombre de Quebec Solidario (QS). El resultado similar en votos al del viejo PQ ha sido una de las sorpresas de la jornada electoral del lunes.
Pero en términos generales, las nuevas generaciones de la provincia francófona, más preocupadas por su difícil futuro, se han vuelto pragmáticas. Canadá depende casi por completo de su comercio con Estados Unidos, una lección que acaba de aprender –muy a su pesar– el primer ministro Trudeau al pasar por el aro de la reforma del acuerdo comercial exigida por el presidente Trump.
El año pasado, el 74,79 por ciento de las exportaciones de Canadá se canalizaron hacia Estados Unidos. La UE recibió solo el 7,9 por ciento, así que es fácil imaginar cuánto pudo corresponder a Francia, el espejo en el que se mira el separatismo de Quebec. Creer que el islote quebequés puede declararse soberano y autárquico en el océano estadounidense –sin perder, por supuesto, un ápice de su actual calidad de vida– es creer en las hadas y en que de verdad existió la aldea de Astérix y Obélix, poblada por irreductibles galos, que resiste, todavía y como siempre, al invasor.