Cumbre del G-7 en Biarritz: un grupo dividido y con una agenda inabarcable

Las grandes potencias discrepan en asuntos clave como Irán o el Brexit, aunque el programa incluye también desde la pobreza al cambio climático

Macron interviene sobre medio ambiente e igualdad social ante líderes empresariales en la víspera del G-7 AFP

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Como todo presidente de Francia que se precie, Emmanuel Macron ha decidido innovar y dejar su huella en la gestión de los negocios planetarios, modificando el formato tradicional de la cumbre del G-7 (EE.UU., Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá, Japón, Italia), lanzando numerosas invitaciones a otros países europeos, africanos, asiáticos, añadiendo a la apretada agenda de las crisis internacionales «nuevos» e insolubles problemas de discusión: pobreza, lucha contra las desigualdades, cambio climático…

En su origen último, el «cónclave» de los grandes de Occidente fue una idea de Valery Giscard d’Estaing , que lanzó el proyecto como una «reunión informal» (incluso en bañador, en una piscina versallesca). Aquel primera cumbre se celebró en 1975 y solo participaron cinco grandes (EE.UU., Alemania, Francia, Reino Unido e Italia).

Con el tiempo, el G-5 se transformó en G-7 (cuando entraron en el club Japón y Canadá) y G-8 (durante los años en los que participó Rusia, hasta su expulsión, tras la anexión militar de Crimea). La primera «reunión informal» se transformó pronto en una macro organización, de compleja gestión y resultados poco concluyentes.

Cuando el G-7 también es víctima de las tensiones internacionales más vivas e inflamables (crisis nuclear con Irán, tasación de los gigantes de la nueva economía numérica, el puesto de la nueva Rusia neo imperial, Siria, inmigración), Macron no ha dudado en ampliar la agenda de trabajo, aumentando el número de los invitados, sin despertar ningún entusiasmo entre los siete grandes.

En el horizonte más inmediato y urgente, el G-7 está profundamente dividido en casi todos los terrenos sensibles.

Desde Washington, Donald Trump ha lanzado dardos envenenados contra Emmanuel Macron y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau .

El presidente de los EE.UU. calificó de «estúpidas» las decisiones del presidente francés, creando una fiscalidad especial para los GAFA (Google, Apple, Facebook et Amazon), en nombre de la soberanía fiscal de Francia, que otros países europeos podrían compartir. Trump respondió con una amenaza de guerra comercial contra los vinos franceses.

Tras la decisión francesa de imponer fiscalmente a las grandes empresas de la nueva economía digital / numérica, Washington y la UE han comenzado un rosario de negociaciones, que pudieran culminar el año que viene.

El frente común de Trump y Johnson

En Biarritz, Donald Trump y el primer ministro británico, Boris Johnson , quizá hagan frente común, en un terreno no menos inflamable: el Brexit… que el presidente norteamericano presenta como una «oportunidad» para el Reino Unido, decidido a «liberarse» del «yugo» de la UE.

No es nada evidente que la presidencia francesa consiga gran cosa en Biarritz ante esos dos grandes temas de crisis internacional. Las negociaciones nucleares con Irán son otro frente de crisis de compleja negociación. Macron desearía ser algo así como un «intermediario» entre Teherán y Washington, cuya gesticulación militar ilumina de manera recurrente la fragilidad e impotencia de Europa, incapaz de movilizarse militarmente para defender sus intereses en el estrecho de Ormuz, llegado el caso.

Macron recibió esta misma semana a Vladimir Putin en el Fuerte de Bregançon, residencia veraniega de los presidentes de Francia. Fue un diálogo de sordos. Pero el presidente francés se obstina en defender el puesto de Rusia en Europa y la vuelta de Moscú al G-7. Voluntarismo personal de difícil evaluación: Putin esgrime con cualquier pretexto (en Siria, en Crimea, en Ucrania) su determinación a uso de la fuerza militar, para «defender» e imponer sus criterios «manu militari». Ante tal evidencia, la UE sigue evidentemente desarmada, con unos nebulosos proyectos de «defensa europea», la «guinda» de todos pasteles europeos, desde hace medio siglo.

La crisis del Open Arms ha vuelto a recordar, este verano, las divisiones irreconciliables, hasta hoy, entre los aliados europeos, incapaces de negociar una política común, en el terreno tan sensible de la inmigración y la defensa/seguridad de las fronteras de la UE. En ese terreno, las relaciones entre Francia e Italia son sencillamente catastróficas. Toda Europa del Este percibe con inquietud la «gesticulación» macroniana, que tampoco cuenta con el apoyo de Alemania, muy renuente o esquiva hacia la mayoría de los proyectos europeos del presidente francés.

Insensible al desaliento, con los sondeos por los suelos (70% de opiniones negativas, desde hace meses), Emmanuel Macron ha decidido «refundar» y «ampliar» los temas de trabajo y discusión tradicionales del G-7.

Los jefes de Estado y Gobierno tendrán día y medio cortos para discutir, entre ellos, con reuniones bilaterales, para desbrozar algunos de los temas más candentes de esa actualidad internacional. No es fácil imaginar algún acuerdo sustancial en ningún terreno sensible. La tasación de los GAFA, las relaciones de Rusia con Europa, las intervenciones militares rusas, la tensión nuclear con Irán, el Brexit, la inmigración, continúan siendo objeto de negociaciones bilaterales y multilaterales que el G-7 apenas podrá modificar sustancialmente.

Una vez confirmadas sus convergencias (escasas) y divergencias (numerosas), los siete grandes se reunirán durante un día y medio muy corto, con los representantes de países de varios continentes, Europa incluida: España, Australia, Chile, la India, Burkina Faso, Egipto, Senegal, Ruanda y África del Sur.

«Crecimiento sostenible», «lucha contra las desigualdades», «biodiversidad», «defensa de los océanos», «cambio climático» serán los temas de «trabajo» entre los jefes de Estado y Gobierno de quince países de muy diverso «tonelaje» e influencia internacional. ¿Qué puede discutirse, en concreto, entre tantos participantes, en dos reuniones de trabajo, en varias lenguas, de cuatro o cinco horas de duración, en el mejor de los casos?

Bertrand Badie, profesor emérito en «Sciences Po», la escuela de las élites políticas francesas, resume el voluntarismo gesticulante de Emmanuel Macron de este modo: «En el contexto actual, todo eso puede favorecer, entre los participantes, la práctica de una diplomacia del “postureo” y la parálisis de toda concertación».

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