Cuando Castro y Chávez se disfrazaban de demócratas
El temor al comunismo es latente; por eso el nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, matiza su discurso para acallar a los que lo acusan de querer imitar a Chávez
Perú respira aliviado. Por ahora. El nombramiento del moderado Pedro Francke como ministro de Economía y Finanzas del Gobierno radical de Pedro Castillo tranquiliza a una población atemorizada de que su nuevo presidente electo quiera parecerse al comandante venezolano Hugo Chávez.
«No soy ... chavista, comunista, ni extremista . Tampoco quiero copiar el modelo venezolano», decía Castillo, para refutar los comentarios que surgieron durante toda la campaña y que lo acusaban de querer imitar los pasos de los gobernantes venezolanos por sus ideas disparatadas de cambiar el modelo neoliberal por una «economía popular con mercados»; de nacionalizar empresas o de cambiar la Constitución vigente desde 1993. Tal como lo hizo Chávez después de llegar al poder. Pero hay que esperar a que comience a gobernar. A primera vista, Pedro Castillo puede ser otro lobo con piel de cordero.
El exmaestro del lápiz amarillo sabe que el mundo entero tiene los ojos puestos en él y que esperan que su gobierno no tome la deriva bolivariana que intenta ganar terreno nuevamente en la región, con la reciente incorporación de Bolivia y Argentina al eje socialista. La llamada que recibió el pasado lunes del jefe de la diplomacia estadounidense, Antony Blinken -quien además de felicitarlo le dijo que Washington espera de él «un rol constructivo» respecto de Venezuela, Cuba y Nicaragua- es el primer toque de atención por parte de EE.UU., que mira muy de cerca la situación política en Latinoamérica.
Padrino político
«Esta es la primera vez que un país será gobernado por un campesino (...) una de nuestras principales banderas políticas, convertida ahora en una bandera de la mayoría del pueblo, es la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que dote a nuestra patria de una nueva Carta Magna que permita cambiar el rostro a nuestra realidad económica y social», afirmó Castillo durante su discurso de investidura, vistiendo su habitual sombrero de paja de ala ancha que enaltece sus orígenes campesinos.
El temor al comunisto es latente y Perú puede convertirse en un satélite de Cuba o Venezuela en los próximos años. En 1998, antes de que se celebraran las elecciones presidenciales, Chávez fue entrevistado en televisión y mintió descaradamente por lo menos en tres oportunidades. «Comandante déjeme hablarle del miedo que genera en muchas personas», comenta el periodista, «no sé por qué», ríe el militar golpista. «Dicen que no está dispuesto a entregar el poder después de cinco años », zanja, a lo que Chávez responde: «no solo estoy dispuesto a entregarlo, yo he dicho que incluso antes. Nosotros vamos a proponer una reforma Constitucional, una transformación del sistema político para tener una democracia verdadera mucho más auténtica».
«¿Nacionalizaría algún medio de comunicación?», preguntó, «no», respondía. «¿Para usted Cuba es una dictadura?», continuó incisivo el periodista, «sí es una dictadura, pero yo no puedo condenarla».
Le faltó tiempo a Chávez para viajar a La Habana y rendirse a los pies de Fidel Castro, líder de la revolución cubana, que más tarde se convertiría en su padrino político y usaría a Chávez como títere de sus desmanes. La historia se repite. José «Pepe» Mujica ha adoptado a Castillo como su pupilo. El guerrillero, izquierdista, y expresidente de Uruguay, puede que colme de sabiduría al peruano para que no «caiga en conductas propias del autoritarismo». Ese fue su gran consejo.
Demagogia colorada
Se dice que Fidel aún no era comunista en Sierra Maestra, cuando llevaba una cruz al cuello, como otros guerrilleros, e intentaban dar un golpe a Fulgencio Batista. Pero la intentona fracasó y pagó por ello 22 meses de cárcel (fue liberado durante la amnistía general de mayo de 1955). En 1959 la dictadura se desplomó y Fidel entró triunfal en La Habana. En ese momento, aún defendía su Manifiesto de Sierra Maestra que prometía democracia, libertad y devolver el poder a los civiles elegidos en las urnas. Más tarde ya sabemos cómo terminó.
«Nosotros tenemos un país libre. No tenemos censura y el pueblo puede reunirse libremente. Nunca vamos a usar la fuerza y el día que el pueblo no me quiera, me iré », dijo en sus inicios el también guerrillero marxista. «Cuando se suprime un derecho se termina por suprimir todos los demás derechos, desoyendo la democracia. Las ideas se defienden con razones, no con armas. Soy un amante de la democracia». Este es el punto de partida de una marea roja demagógica que se ha extendido por el continente y que amenaza a las democracias más solventes.
Castillo, indescifrable hasta el momento, matizó su discurso radical para conseguir más apoyos y batir a Fujimori en las urnas. Tuvo que reiterar en su primer mensaje que no hará expropiaciones, aunque aclaró que promoverá un «nuevo pacto con los inversores privados». Sorprendidos quedaron los jóvenes ante el anuncio: «Los que no estudian ni trabajan deberán acudir al servicio militar obligatorio».
Castillo viene de un partido marxista-leninista, a la izquierda de la izquierda, será cuestión de tiempo que se quite la careta y siga la senda bolivariana. Ya lo dijo Vladimir Cerrón, secretario del partido: «Venezuela es una democracia, Maduro viene del voto popular».
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