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Preguntas sin respuesta en Wuhan
A pesar de elevar China la cifra de fallecidos por el coronavirus, en Occidente siguen las sospechas sobre sus datos y origen
El 1 de abril llegamos a Wuhan, epicentro del coronavirus, en busca de respuestas sobre esta pandemia que está cambiando el mundo. Casi tres semanas después, nos vamos sin ellas, al menos las más importantes: cuántas vidas se cobró la enfermedad en realidad y dónde se originó . Entre medias quedan 19 días muy intensos profesional y personalmente, en los que hemos llorado por las víctimas en el Día de los Difuntos de China, hemos visto la vida distópica que nos espera tras la reapertura de Wuhan, nos hemos emocionado con las historias de los supervivientes, nos han hecho la prueba del coronavirus dos veces y, siguiendo su costumbre, la Policía nos ha echado de sitios sensibles como cementerios, funerarias y crematorios. Como suele ser habitual en este país, esta última crónica de Wuhan refleja más lo que no nos han dicho que lo que nos han dicho, las entrevistas rechazadas por miedo en lugar de las declaraciones explosivas y los silencios incómodos en las ruedas de prensa en vez de las explicaciones con todo detalle de la propaganda. Así es China, la superpotencia emergente que planteaba un modelo de desarrollo alternativo a las democracias occidentales y ahora es acusada de haber provocado la mayor catástrofe global de nuestra generación. A su presidente Xi Jinping, que aspira a perpetuarse en el poder como si fuera el Mao del siglo XXI, ya le piden explicaciones desde Estados Unidos, el Reino Unido y Francia.
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Y es que tanto las cifras oficiales de China como el presunto origen del virus, que se sospecha es el mercado de Huanan donde se vendían y cocinaban animales salvajes, están en entredicho y se han convertido en un arma política . Las primeras porque el coronavirus es mucho más mortífero en Occidente, lo que hace sospechar que Pekín ocultó sus cifras reales. Y el segundo porque el origen de la enfermedad Covid-19 sigue siendo un misterio que ha dado lugar a todo tipo de teorías más o menos conspirativas en uno y otro sentido. Frente a quienes claman que el coronavirus fue creado o se escapó del superlaboratorio P4 que el régimen chino tiene a las afueras de Wuhan, Pekín da pábulo a una rocambolesca conjetura que culpa al Ejército estadounidense, al que acusa de haberlo traído el otoño pasado aprovechando los Juegos Militares celebrados en esta ciudad.
Culparse mutuamente
Como ninguna se puede demostrar todavía, ambas partes se las echan en cara para culparse mutuamente de la tragedia, que ha reventado la globalización hasta que se descubra una vacuna y amenaza con acelerar el desacople de las dos mayores economías del planeta, iniciado con la guerra comercial lanzada por Trump. Jugándose la reelección en noviembre, no es difícil prever a quién culpará para librarse de la responsabilidad por su inacción durante casi dos meses en vez de prepararse contra el coronavirus, igual que casi todos los países.
Por si no bastaba con el investigado origen del coronavirus en un laboratorio, ya sea como arma biológica o fuga accidental, se suma la controversia sobre las cifras de contagiados y fallecidos en China, ya superadas por los mayores países occidentales, con EE.UU. a la cabeza.
Bajo una creciente presión internacional, Pekín revisó al alza el viernes sus datos de Wuhan, elevando ligeramente los contagiados y hasta un 50 por ciento las víctimas mortales, que ya suman 3.869 en esta ciudad y más de 4.630 en todo el país . Se añadían los fallecidos en sus casas a quienes no se les había hecho la prueba y los no contabilizados por otros fallos técnicos. Pero, durante toda la semana, tanto los médicos como la Comisión Nacional de Salud se habían reafirmado en la validez de los datos oficiales en las comparecencias ante la Prensa organizadas por las autoridades. «Me preguntas por los números, pero esas cifras las da el Gobierno y yo no estoy autorizado a hablar. Puede que hubiera gente que murió sin que se le hubiera efectuado el test, pero no son muchos», respondía a una pregunta de ABC el director del hospital de Zhongnan, Wang Xinghuan . En una visita al hospital de Leishenshan, uno de los dos construidos en diez días para atender la avalancha de pacientes de Covid-19, ninguno de los médicos quería pronunciarse sobre el balance oficial de muertos.
Lo mismo ocurría varios días después en el hospital Tongji, tras despedir con todos los honores y agradecimientos a un equipo de sanitarios de Pekín que volvían a casa al dar por controlada la epidemia. Mientras los doctores se explayaban en los tratamientos a los pacientes, entre los que por supuesto figuraba la medicina tradicional china, volvía a reinar el silencio cuando preguntábamos por qué la mortalidad era más alta en Occidente que en China. «Son diferencias culturales», respondía el director de la UCI, Li Shusheng . A su juicio, los motivos eran «la mayor población anciana de Europa y que los chinos le hicieron caso al Gobierno y se quedaron en casa durante el confinamiento, así como nuestra mayor capacidad de movilización de médicos y recursos para ayudar a Wuhan desde todas las partes del país».
La cifra real: diez veces mayor
Como se vio con los médicos reprendidos por avisar de la enfermedad, como el difunto Li Wenliang y la censurada Ai Fen, la información sobre la epidemia es cuestión de Estado y el régimen quiere usarla para demostrar que reaccionó mejor que Occidente. «Sugiero a otros países que aprendan de la experiencia china en lugar de poner en duda las cifras oficiales», respondía finalmente a ABC la subdirectora de Administración Médica de la Comisión Nacional de Salud, Jiao Yiahui , tras intentar eludir la cuestión. Pero un voluntario que ayudó a repartir mascarillas durante los primeros días de la epidemia, Tian Xi, soltaba una carcajada cuando se le preguntaba si se creía los datos del Gobierno. «¡Sabemos claramente que son falsos!» , decía amparándose en certificados de defunción que había visto y calculando que la cifra real es hasta diez veces mayor.