Los flamencos anfitriones de Puigdemont hacen caer al Gobierno belga
Bélgica se encamina hacia una campaña en la que la reaparecerá la cuestión flamenca
El primer ministro belga, el liberal Charles Mi chel, ha presentado este martes su dimisión ante el Rey Felipe, después de una dramática sesión en el Parlamento Federal en la que este constató que sus llamamientos a los partidos moderados para sostener el resto de la legislatura con la prórroga de los presupuestos actuales «no ha sido escuchada». La crisis política en este pequeño país amenaza con avivar las brasas del independentismo flamenco, que ha provocado la caída del Gobierno de coalición por razones electorales, invocando el pretexto de su disconformidad con el convenio de Marrakesh de la ONU sobre migraciones.
La dimisión del primer ministro se produce, además, días después de una violenta manifestación de la ultraderecha independentista flamenca en protesta por la política migratoria. Los manifestantes fueron desviados por la policía hacia el barrio europeo, para que no pudieran ir a un parque donde malviven extranjeros a la espera de obtener papeles, y estos la emprendieron entonces con los símbolos de la UE.
La coalición que ha gobernado Bélgica desde 2014 estaba formada por una heterodoxa suma entre los independentistas flamencos de la N-VA y los liberales tanto flamencos como valones. El experimento, apodado «sueco» porque combina los colores azul (liberales) y amarillo (flamencos) de la bandera de Suecia, constituía una fórmula inédita de cohabitación entre adversarios reconocidos. Los liberales aceptaron llevar a cabo una serie de reformas que querían los independentistas y estos a su vez aceptaron suspender sus reivindicaciones radicales sobre la secesión. Esta convivencia se ha puesto a prueba principalmente con la presencia en Bélgica de los dirigentes secesionistas catalanes huidos, que han recibido el apoyo irrestricto de la N-VA, lo que ha provocado dolores de cabeza al ministro de Asuntos Exteriores, el liberal Didier Reynders. Sobre todo porque el secretario de Estado de interior encargado de gestionar el dossier de los extranjeros era el flamenco Theo Francken, un extremista admirador tanto de los colaboracionistas nazis como de los independentistas catalanes.
Las elecciones debían tener lugar en mayo próximo, en este caso junto a las europeas, pero en Flandes la «moderación» de la N-VA había dejado el espacio para expandirse a una facción aún más radical del independentismo, el Vlaams Belang , por lo que se considera que la oposición al acuerdo de Marrakech no ha sido más que un pretexto para poder volver a la dialéctica nacionalista más radical.
El Movimiento Reformador de Michel es un partido pequeño que solo tiene influencia en Bruselas, de modo que ante la espantada de sus socios flamencos, que son el principal partido de esta región, no podía sostenerse. Desde la ruptura de la coalición «sueca» el pasado día 9, con la dimisión de todos los ministros nacionalistas flamencos, Michel había formado un nuevo gobierno con la aspiración de lograr que las fuerzas del centro derecha y los socialistas le apoyase. Pero los socialistas le han contestado que «su mano tendida parece la de un mendigo».
Independientemente de la fórmula que proponga el Rey, porque en Bélgica no faltan recursos de malabarismo constitucional, lo que va a suceder es que habrá una campaña electoral en la que los nacionalistas flamencos van a volver a poner sobre la mesa la cuestión de la ruptura del país.
La N-VA ha dejado el Gobierno federal belga, pero controla en estos momentos el parlamento de Flandes, su Gobierno y el ayuntamiento de la principal ciudad, Amberes. Su presidente, Bart De Wever, que se declara «amigo personal desde siempre de Carles Puigdemont» es un declarado partidario de la desaparición de Bélgica por «inanición» a base de vaciar de competencias las principales insituciones del país, empezando por la monarquía. Lo que prepara ahora es una campaña electoral que amenaza con volver a poner al país al frente del abismo.