Cerco a los judíos ultraortodoxos para frenar al coronavirus en Israel
La Policía cierra Bnei Brek, bastión de los jaredíes donde los contagios se han disparado por no respetar las normas del ministerio de Salud
Más de mil agentes de la Policía israelí bloquean y vigilan las entradas y salidas de Bnei Brak y el Ejército ha desplegado en esta localidad al sur de Tel Aviv a la 98 División de paracaidistas para asistir a sus 200.000 habitantes. Bnei Brak, conocida como «la ciudad de la Torá» (los cinco primeros libros de la Biblia, a los que los cristianos llaman Pentateuco), es un bastión de la comunidad judía ultraortodoxa y se ha convertido en el foco principal de coronavirus en Israel ya que los responsables de sanidad estiman que el 40 por ciento de los vecinos están infectados. Además del cierre total, los ministerios de Interior y Defensa ordenaron la evacuación de 4.500 ancianos mayores de 80 años a un hotel reconvertido en centro de cuarentena y ordenaron a aquellos residentes entre los 60 y 80 años, que no abandonen sus casas.
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Aunque Israel fue uno de los primeros países en cerrar sus fronteras e imponer restricciones a la población, las medidas de choque en Bnei Brak llegaron tarde y el nivel de contagios es aquí cinco veces superior al del resto de un país en el que ha habido hasta ahora 36 muertos y 7.030 contagiados, según los datos oficiales. Hay varios motivos que explican el contagio masivo en este lugar, el más densamente poblado de Israel con 26.368 habitantes por kilómetro cuadrado, entre ellos «la falta de acceso a la información por parte de los ciudadanos debido a la prohibición por parte de los rabinos de usar televisión, radio, teléfonos móviles o periódicos seculares. Luego está la profunda sospecha de que cualquier interferencia exterior desde el Gobierno o de “expertos” pone en duda el liderazgo de los rabinos», recuerda Anshel Pfeffer , periodista que pudo acceder a Bnei Brak antes de su cierre, en el diario Haaretz.
Temerosos de Dios
El Estado judío proyecta al exterior la imagen de ser el país de las start-ups y de contar con la «capital gay» de Oriente Medio, Tel Aviv, pero a pocos kilómetros de distancia de esas industrias del siglo XXI y de las noches de ambiente telavivi hay un lugar como Bnei Brak. Los ultraortodoxos o jaredíes (temerosos de Dios) suponen un once por ciento de la población del país y lugares como Bnei Brek, o barrios como Mea Shearim , en Jerusalén, son auténticos guetos donde tratan de mantenerse lo más aislados posible del resto. En estos lugares la llegada de las fuerzas del orden para imponer el confinamiento fue recibida con indignación y los agentes, recibidos al grito de «nazis, nazis» en algunos barrios, tuvieron que recurrir a la fuerza para que los religiosos respetaran las normas de emergencia.
Según los datos del estudio anual que realiza Israel Democracy Institute se calcula que en 2030 los ultraortodoxos supondrán el 16 por ciento de la población judía de Israel y en 2065 el porcentaje se elevará al 40. Un crecimiento basado en la media de 6,9 hijos que tiene cada mujer ultraortodoxa, muy superior al 2,4 del resto de mujeres no jaredíes. Los hombres no trabajan porque deben dedicar su vida a cumplir con una misión divina que es el estudio de la Torá. Para indignación de los israelíes seculares, que soportan una fuerte carga de impuestos, los jaredíes gozan de una amplia gama de subsidios y la mayoría no realiza el servicio militar obligatorio. Cuentan con dos partidos en el parlamento como Shas, formado por judíos orientales o sefardíes, y Judaísmo Unido de la Torá, formado por askenazíes, y son socios claves en los gobiernos de Netanyahu. El actual ministro de Salud, Yaakov Litzman , es ultraortodoxo y dio positivo tras saltarse sus propias recomendaciones y participar en una oración colectiva, según informó el Canal 12.
La voz de Kanievsky
Desde el comienzo de la crisis del coronavirus, la única voz que escucharon en Bnei Brek fue la del rabino bielorruso Chaim Kanievsky, de 92 años, quien pidió que las yeshivas (escuelas religiosas dedicadas al estudio de la Torá) siguieran abiertas, cuando el cierre ya era general en todo el país porque «la Torá protege y salva». El avance de la pandemia y la presión de los políticos le obligaron a rectificar, pedir el cierre de las escuelas y sinagogas y ordenar que las oraciones se hicieran en las casas, pero para entonces el coronavirus ya se había extendido.
No es la primera vez que se vive una situación así en Bnei Brak. En 1991, durante la I Guerra del Golfo, el rabino Elazar Menachem Shach aseguró que ningún misil de Sadam Husein impactaría en la localidad si seguían rezando cada día y, como recuerdan sus seguidores con orgullo cada vez que surge la oportunidad, acertó. Kanievsky le tomó el relevó y vaticinó en 2012, cuando en plena ofensiva «Pilar Defensivo» contra Gaza, Hamás disparaba diariamente decenas de proyectiles. Las vecinas Tel Aviv o Ramat Gan recibieron varios proyectiles, ellos ninguno y la actividad religiosa no se interrumpió pese al clima bélico.
El coronavirus, sin embargo, ha podido con Kanievsky y con la teoría de que la mejor forma de combatir un peligro es estudiando la Torá aún más duro. Esta vez el libro sagrado no es suficiente escudo para combatir al virus.